lunes, 23 de marzo de 2009

Barriobajeras y otras clases de la Barcelona de hoy


Os voy a narrar mis encuentros y desencuentros en un sitio pijo de Barna. No estoy acostumbrada, oye. Llamadme barriobajera, pero yo me definiría más como una chica maja, sencilla y llevadera, amante de la rima consonante.

Estoy con unas amigas en la fiesta de cumpleaños de una y acabamos en la sala de baile del sitio en cuestión. Bailamos como las locas, parece que no nos hayan sacado de casa en un mes. Pero qué le vamos a hacer, si somos provincianas ya hechas a la lifestyle barcelonesa. Me pongo a sudar como las berracas y de inmediato pongo en práctica mi truco namber guan de belleza improvisada en discotecas y locales de alterne varios. Me dirijo al baño con Martita y, ni corta ni perezosa agarro el pitorro (continuad leyendo antes de pensar mal, por favor) del secador de manos, lo giro hacia arriba de forma que queda enchufado hacia mi flequillo y aprieto con fuerza el botón de encendido. Mi sudorcillo se empieza a secar y, de nuevo, mi pelo está estupendo, por unos minutos al menos. Os cuento, el baño de este lugar es, como le dije a Martita cuando fuimos a mear, un baño para follar. Está pintado de negro, super oscuro y con focos morados y azules. Vamos a ver, en este baño no se puede mear ni realizar cualquier otro tipo de actividad higiénica con practicidad ni facilidad alguna. Se nota que estamos en la parte alta de Barna, me digo. Un baño con mucho estilo pero que es un coñazo, vamos. Pero eso forma parte de la primera visita al lavabo. En mi segunda visita, la estrictamente dedicada al cuidado de mi peinado y la que os estaba relatando, yo me hallaba inmersa en un éxtasis de aire cálido, envuelta en el suave sonido ensordecedor del potente secador de manos, con los ojos cerrados contra el viento, al más puro estilo Paulina Rubio en sus sesiones de fotos, cuando se abre la puerta y, en tropel desordenado y ruidoso entran una marabunta de hormigueantes pijas. Oigo, porque tengo los ojos cerrados, os recuerdo.

Se acaba el rato del secador. Por el espejo veo cómo una de las pijas (pelo largo, escaladito, liso, moreno, cara de palo, alta, flaca, vamos como todas) me mira escandalizada, como si pensara que yo, por meter mi cabeza (de peinado menos convencional que el de ellas seguro, aunque se haya calificado a mi melena de nada menos que “burguesa”) bajo el ruido atronador del secador de un váter público (nótese el bajón de categoría que ha sufrido el recinto de repente), con el lápiz de khol corrido, el outfit de semigótica decimonónica que llevo y mi cara de verdulera del tres al cuarto, fuera (‘neng’) menos persona que ella. Estas pijas. Giro el cuello, la puerta me queda ahora a la derecha a punto para salir escopeteada de allí, y ladeo la cabeza ligeramente hacia la pija que se ha sobresaltado al verme toda puesta en el tuneo de mi look, esa pija que ha puesto cara de ohmygodwarningwarningoseamiradlato-dasloquehaceestatipa. Es una petarda y lo sé. Y ella, en el fondo, también sabe que es una petardaca. La miro, pues, con cierto desprecio y aire de superioridad infundado, fundamentalmente, por la entera certeza de que yo, si bien no tendré más clase ni más glamour, sí que soy más apañada que ella de aquí a Lima. No me hace falta agarrarme de los pelos con ella, ni siquiera me hace falta preguntarle si desea darse de piños conmigo afuera (mmm, me parece que para volver a entrar hay lista VIP y, seriously, I don’t think I could make it again, que he entrado by the face), como tampoco pienso abrir la boca ni mirarla echando atrás la cabeza. Con esa mirada de minisoslayo ella ya sabe lo que hay. Me voy del baño, no lo aguanto más. That bunch of posh bitches is really pissing me off, coño. Es que lo que tiene subir a las altas esferas es que se te pega el gilipolleo internashonal este. Otra de las cosas es que te das cuenta de que la mierda es mierda en todos lados y de que los meódromos apestan a meados igual, sean las pijas quienes cambien el agua a las olivas o shake their lettuces como si es la virgen santa. Me fui del lavabo y Martita vino al cabo de media hora diciendo, toda borrachuna, que se había desgañitado gritando mi nombre en los lavabos, pensando que aún estaba yo dentro de alguna de esas cabinas mortuorias de iluminación folladora, y que, claro, las pijas la habían mirado mal. Le expliqué lo acecido y se murió de la risa.

¡Ja! Barrioaltaneras a mí.

lunes, 9 de marzo de 2009

Crónicas Bampíricas en Varcelona

Me obsesiono con una serie, ya sabéis, como me obsesiono a menudo con cosas. Lo he decidido ya: voy a adquirir un póster de True Blood. Ya oigo las voces que se levantan desde el tapiz internáutico bloguero de mis lectores-amigos, ¿¿otra vez un fucking post sobre True Blood?? Pues sí, sí, It’s my blog and I’ll write what I want to

Pues me dirijo a la tienda de cómics más famosa de la ciudad condal, sorteando todo tipo de personajes rambleros a los que me desacostumbré con el desuso y el olvido de mi antiguo hogar, probablemente convertido del todo en nido de habitantes cucarachiles, entre otros. No me interesa saberlo. El caso es que me acompaña mi amiga Cinta, nos metemos en la tienda de pósters, atestada hasta los topes. Miro en derredor, miro hacia mis flancos, oteo el horizonte, bajo la visera y me dirijo al mostrador. Hay un tío grande, mayorcete, con gafas, de espaldas anchas, pelo canoso y manos destroyer. Se hace el interesante. Debe pensar que es uno de esos maduritos de voz grave y pose altanera que interesan a jovencitas (ejem) incautas (ejem) como yo. Pero, al preguntarle yo por el susodicho póster responde, con cara de haber mordido un limón:

- ¿¿¿¿¿¿True Blood?????? ‘¡No!
- Vale.

Reculo y me meto entre las pancartitas de pósters. Paso tres de ellas, en la sección de bebidas (uno de Coca-Cola, otro con un montón de licores en estanterías y otro que no recuerdo) y allí está el póster. Rojo como la sangre, con letras blancas y la botellita de marras en la esquina derecha del póster. Sonrío, triunfal.

- Aquí está – el deje de mi voz revela felicidad.
- ¿Lo has encontrado? – Cinta curioseaba por la tienda, pero ahora ha visto MI PÓSTER.

Me aposto en el mostrador mientras observo cómo una chica se dirige al antipaticoide dependiente, que está enrollando sus dos pósters, preguntándole:

- ¿Me lo puede envolver para regalo?
- ¡¡No!!
- … - balbuceo entrecortado inaudible…
- No… - intenta arreglarlo- no envolvemos para regalo… no, no envolvemos. Es el sistema – coge de la mesa el plástico cilíndrico, señala a su izquierda, colgados en la pared hay varios tubos anchos de cartón duro – si quieres, lo tendrás que comprar tú.

Mientras tanto pienso: “ahora se va a joder porque le pienso decir que es un puto gilipollas y que no tiene ni puta idea de lo que tiene en su tienda, es más, ni de lo que coño hay por el mundo, porque mira que no saber que tiene un póster de True Blood en su puta tiendecita de los cojones… pues ahora se lo voy a decir, en plan pedante, para que se joda el muy… petulante. Ale”. “Capullo”, añado. Entonces, Míster Simpatía termina (literalmente) con la chica. Se gira hacia mí y le digo:

- El 2118.

Vuelve con el póster estirado, contemplándolo, curioso, una mano en cada extremo del cartel, como si fuera el pregón de su pueblo. Me mira, se sonríe. Vuelve a mirar el póster. Me quedo quieta frente al mostrador. Rebusco en mi bolso. No me salvo. Mierda, ¿qué coño está diciendo?:

- Vaya, otro póster de vampiros… - Mierda, coño, joder, SABE lo de la serie, entonces, ¿ por qué cojones no se ha molestado en mirarlo?- sí que eres tú vampírica… - S. P. M*… la tienda está a petar de gente, maldita sea, goddammit, no sigas, cierra el pico, cállate la boca…- ¿No serás tú una vampira?

¿No serás tú un gilipollas de marca mayor? Me siento freaky y violenta a partes iguales. olvido decirle todo lo que había pensado.

- Je. No, es que ESE ERA EL QUE BUSCABA ¬_¬'
- Ah… ¿era ese?...

Espantoso ridículo en público. La mitad de la tienda piensa que soy una freak amante de Buffy Cazavampiros (puagghh). La otra mitad piensa que el dependiente es subnormal profundo. Ese pensamiento me consuela, y salimos de la tienda comentando lo falto que está el tío de un par de buenos soplamocos (“¡Zas! ¡En to’a la boca!”- pienso).





Suckeeeeeeeeeeeeeeeeeeerrrrrr

*Su Puta Madre

martes, 3 de marzo de 2009

Dogville, o como dicen algunos: Viladecans


Sin ánimo de comenzar un blog de reseñas cinematográficas, que para eso ya lo hace, y muy bien, mon ami Le Petit Prince, os hago partícipes de mi primer tropiezo con Lars Von Trier, que ha sido con esta película que me ha dejado pensativa durante varios días. Del impacto inicial de ver ese escenario desnudo, esa charranca pintada con tizas en la que todo el mundo presencia la mierda de todo el mundo, y asimismo, sus pequeños momentos de gloria, si los hubiera, a la sensación final de entre satisfacción, vendetta y vacío existencial (paliable), nihilista. De la blancura sin rotura, nuclear, de una Nicole Kidman dramática, enrojecida y venosa, a la negrura de ese abismo al que nos aboca, o nos obliga a asomarnos el tal alemán o sueco, que es la crueldad humana.


Aunque me digan que no debo abusar de este tipo de posts, y que debo limitarme a la comicidad de mi estilo exagerado, desenfadado y pseudomisantrópico, yo me empeño y me empeño en escibir algún que otro apunte sobre la parte trágica de mi mundo interior que, señores, existe.