lunes, 26 de noviembre de 2007

Reloj biológico a todo trapo



¿Es un hijo un acto de amor? ¿o lo es de egoísmo puro y duro?

Un hijo es siempre una proyección de uno mismo, una prolongación dolorosa de uno mismo, que en ocasiones se rebela contra uno, las muchas. Siempre nos planteamos que no vamos a cometer los mismos errores que nuestros padres cometieron con nosotros, pero ¿es eso realmente cierto? ¿estamos convencidos de que eso va a ser así?

Y, aunque nos lo tomemos en serio y racionalicemos la cuestión, y convengamos y decidamos y nos convenzamos de que la educación que vamos a darle va a estar fundamentada en principios muy diferentes de la que nos dieron a nosotros mismos, ¿no es asimismo, todavía y siempre, un proyecto NUESTRO? Puede sonar mal cuando se diga y hay quien puede querer alzar la mano y protestar (bien, porque para eso está el blog), decir que es plausible y factible no cometer los errores de ulteriores generaciones condicionadas por la represión y la doble moral y la incomunicación y la jerarquía y el autoritarismo. Y probablemente tenga razón. Pero tiendo a pensar que aún en ese caso, tan sumamente positivo y diferente de la educación de antaño, vamos a cometer errores, si no unos, otros.

Un hijo es un acto de amor para con otras personas, y no necesaria ni solamente el cónyuge, sino para con el propio hijo futuro o, las más de las veces, para con uno mismo. ¿Es eso negativo? ¿ es un hecho ponderativo del egocentrismo humano o es solamente eso, un acto de amor, onanista o no?

domingo, 18 de noviembre de 2007

La familia es sagrada


Los pisers se han mudado. De casa y de piel. De vida y de domicilio. Ahora ya no pasean por el centro hasta altas horas de la madrugada, rodeados de borrachos, putas y hooligans. Ahora viven en un barrio respetable y tranquilo, con altos carteles de Mariano y muchas tiendas de téxtil chino.


Bienvenidos a vuestra nueva vida, pisers.

lunes, 5 de noviembre de 2007

El prisionero del Cáucaso

"— Tu dueño considera que quinientos rublos es muy poco. Él ha pagado doscientos por ti a Kasi–Mohamed. Por menos de tres mil no serás libre, y si no escribes esa carta te azotarán.

Jilin pensó que demostrar temor frente a los tártaros sería contraproducente, así es que se puso de pie y gritó:

—Dile a tu amo que sus amenazas no me asustan. ¡Jamás me han atemorizado los tártaros, y tampoco lo conseguirán en esta ocasión! ¡Malditos perros!

El intérprete cumplió con su obligación de traducir, y cuando los otros lo escucharon, volvieron a opinar atropelladamente, hasta que Adbul los hizo callar, y se aproximó a Jilin.

Valiente ruso —dijo en su idioma, y habló algo más con el traductor."

[...]

"Por más de un mes vivieron en esas condiciones. Kostilyn se consumía de impaciencia y pena, y escribió nuevamente a su casa, suplicando que le enviaran el dinero. Jilin, en cambio, no esperaba nada.

"Mi pobre madre vivía de lo que yo le enviaba. ¿De dónde habría sacado ella quinientos rublos?", se decía. "¡Con la ayuda de Dios conseguiré escaparme!"

Debido a que tenía gran habilidad para los trabajos manuales, decidió confeccionar cestos de mimbre y muñequitos de greda, mientras imaginaba diferentes formas de huir. En una ocasión hizo un muñeco al que vistió con un blusón tártaro, y lo dejó sobre un tejado. Las niñas que iban a buscar agua, entre las que se hallaba Dinka, la hija de Abdul–Murat, lo vieron y dejaron sus cántaros en el suelo, riendo alegremente. Jilin se lo ofreció, pero ellas no se atrevieron a tomarlo. Sólo cuando él regresó a la caballeriza, Dinka se devolvió, cogió rápidamente el juguete y se alejó corriendo.

A la mañana siguiente, Jilin la observó salir, meciendo el muñeco entre sus brazos. Lo había adornado con cintas de colores y le cantaba una canción de cuna. Desgraciadamente, al poco rato apareció la madre, que se lo arrebató y tiró lejos, rompiéndolo en mil pedazos. Entonces Jilin modeló otro muñeco, mucho más bonito, y se lo regaló a Dinka.

Fue después de este regalo cuando ella vino con un jarrito, y se sentó al lado de Jilin, sonriendo. Él creyó que le traía agua, la misma agua de siempre, pero apenas la probó se dio cuenta de que era leche. Desde esa vez, Dinka le llevó leche diariamente, y en ciertas ocasiones un queso. En una oportunidad en que Abdul-Murat mandó degollar un carnero, la niña escondió un trozo de carne para Jilin. Todas estas cosas se las dejaba y en seguida se marchaba corriendo."


Varón caucásico, 1,75 metros, 67 kg. ...

Fragmento de un cuento de León Tolstoi que yo leía de pequeña. No sabía lo que era el Cáucaso, no sabía quiénes eran los tártaros, pero me fascinaba la parte del muñeco, que en mi libro aparecía dibujado sobre un tejado, precioso, parecido a mis muñecos de goma, para nada con aspecto de muñeco de barro con un soplo de alma. Se parecía a mi muñeco Pepe, uno de goma con pelo rubio. La historia es larga y triste, no sé por qué la leía de pequeña. Es una dura historia de guerra y odio.

Si es que yo leía lo que me daba la gana, en eso no me guiaron.