viernes, 2 de noviembre de 2012

Septiembre de 2011

A mi abuelo

Te disolvías despacio

En ciénagas de sangre que no podíamos desaguar
Comías poco y sangrabas la vida entera,
Palidecías como un cirio tierno,
Blando,
Trémulo.
 
Nadie puede contar las noches que la princesa de ojos tristes pasó junto a tu cama.
Sólo ella.
Y tú.
Ella descoloraba y tú te mermabas de a poco,
Chapaleando quedito en la oscuridad.
Cuántas noches en vela descolocándote el corazón. 

Aquella mañana te estabas apagando de luna,
Te habían dejado conmigo, a mi merced,
A la merced del tráfico de las parcas.
Respirabas lento, supino,
Horadaba el oxígeno tu pecho.

De pronto, tus ojos blanquearon,
Tu garganta se secó
(¡yo te había dado agua!).

Estabas muerto.

Yo no sé qué imágenes veías o a qué suplicabas por dentro,
Cuando salí corriendo con las manos anudadas,
La boca demudada y palpitando y grité tan fuerte que tu muerte me brotó de los labios.

Entonces tú no recuerdas nada y yo no puedo olvidar el metal,
El arrullo de los cables, el tránsito de cristales en mis pulmones,
El latón encorsetante, el silbido de los  hierros y el dolor de mis mejillas. 

Salí al pasillo, repudiada, abandonada en un túnel aséptico.
Esa mujer me recogió las rodillas. La gente extraña me lee la cara a veces,
Como cuando pensaron que había perdido el amor.
Y ella lo hizo.
Me dijo que no iba a pasar nada, que tuviera consuelo, que albergara esperanza.
Me desanudé las manos, tragué el dragón purulento, me abotoné las heridas
Y llamé.

Los timbrazos al otro lado se encadenaban en mi tímpano
Y por fin dije que no pasaba nada.
Que no pasaba nada pero que vinieran. Todos. Sí. Venid todos.  

A ti te sacaron en camilla, ¿sabes?

Estabas muerto. 

Cuántas semillas o migas de pan no lancé al suelo para recordar el camino,
Después de recoger lo que fuera de las perchas, la revista semanal, la botella, las gafas, la cuchilla, el desodorante, el crucigrama, la pastilla, el transistor
En una o dos bolsas de plástico. Como el hombre que cagaba en una bolsa de plástico. 
 
Había un hueco donde habías estado muerto, y ahí empezaron las migajas,
Una dirección de planta o un número, un ascensor frío, o tomé las escaleras
Y el calor de repente fue abrasador. Cien grados. La princesa corría hacía mí, o tal vez no,
Que noveleo y me pierdo y sólo recuerdo el collarín y la expresión desgarrada de tu hijo.
Y la aprensión de otro hijo perdido que no quiere verte muerto.  

Y luego estoy en un pasillo azul. Han llegado tus hermanos. No es mi culpa. 
El pasillo es azul y rompo a llorar por fin, cuánto me he aguantado, y se me casca la garganta y me chasquea la lengua y lloro de una forma tan grotesca que tal vez sólo estaba sollozando en realidad.
Se me acercan y me abrazan y es la otra única persona de toda la sala asfixiante y del pasillo azul que ha aprendido a llorar como yo. 

Nada más pasa, pero estás muerto.  

Llamo por teléfono a alguien lejano, de tus tierras del sur y urgen algunos viajes por tierra, mar y aire.
Hay gorgoteo de hermanos, y el mío se sienta callado y por fin, después de mucho tiempo, veo que se ha hecho un hombre.

Sigues muerto. 

Tu rosa yace pálida en medio del calor y su lloriqueo perpetuo rompe el aire y la telilla de todos los ojos. La abanico como si ese fuera el único aire que va a conocer ahora que te has muerto. 

Creo que al fin, cansados, entramos a verte acostado, como si estuvieras vivo. 

Un soniquete sordo sale de los aparatos, las luces, más cables, tengo una maraña de cables en la oreja que despuntan eléctricos para impedir que la sonda parezca tu cordón umbilical.  

Pero lo es. Pero estás muerto. 

Tus ojos celestes están cerrados, tienes los párpados tan translúcidos que temo no ver la pupila que desapareció cuando estabas a mi cargo. Ahora que la casa cruje sobre mí, vuelvo a sentir el miedo de perder tus pupilas. Esto debe ser el miedo a la vida, que empieza por el miedo a la muerte. 

Entonces apretamos tus dedos, que reposan muertos, helados, a ambos lados de la cama. Tu piel se ha marchitado desde esta mañana. Se te había ido parando el corazón a cada rato. Ahora un tubo inmenso te atraviesa la boca que no va a volver a sonreír. Tus labios son pardos y están secos.  

Ahora te has vuelto un muerto en la tierra. Nadie quiere salir de tu sepulcro. Nadie osa apartarse de tu lado. Y de pronto alguien se da cuenta de que es tu cumpleaños. Y lloramos en silencio. 

Me tengo que ir. Ahora no sé que, mucho más tarde, cuando hayas vuelto a la vida, me vas a explicar que tuviste un sueño en el que me acompañabas a América en un cohete espacial, pero yo era chiquita y tú tenías miedo de morirte, y los hombres con escafandras te aterrorizaban. Pero ahora no lo sé. Me tengo que ir y nadie puede arrancarme de esa sala maldita de cortinas impúdicas y botones frenéticos. 

Estás muerto. Pero tu pecho se infla con cada bocanada artificial. 

Tu rosa, la llevamos de aquí para allá y un día la aguanto en medio de un portal para que no se caiga, transida. Mi casa cruje y de nuevo siento terror cuando me acuerdo de cómo le temblaban las rodillas.  
Estamos arreglando papeles para cuando estés muerto. Nada más ocurre. Hay vecinas y hermanas en el columpio. No les llegan los pies al suelo. Tu mujer solloza y yo me siento sombría al calor del porche de verano, pensando en que me tengo que ir. Es inminente.
Algunos sentimos compasión por tu hijo, porque piensa que te vas a poner bien. Un doctor de bata blanca, claro, nos ha dicho que tu corazón es una cafetera, así tal cual. A mí me da por pensar que tu corazón se ha agrandado tanto, con el paso de los años, porque tienes a tanta gente metida ahí, y nadie quiere salirse. Él pacta con el diablo, corazón abierto, pecho en cruz, lo que sea. ¿Y si te despiertas? 

Estás muerto por tres días. 
 
Comienzas a desvelarte entonces.
No puedes hablar pero nos ves. No debes fatigarte.
Empiezas a balbucear y de pronto es como si un niño estuviese llegando al mundo. Solo que de nuevo. Este niño llega al mundo de nuevo.
Entonces siento la culpa de no haber creído en ti. De no haber creído que serías el hombre que vivió.  

Recuerdo que veías mosquitos y hasta que durante toda una tarde creímos ingenuos que habías recuperado la visión e inventamos contigo una mitología de la tragedia. Una mitología de la tragicomedia. Seguiste viendo mosquitos durante muchos días con sus muchas noches.
A los que te habían visto muerto les daba miedo esa cosmogonía del abuelo. Miedo de que fuera la calma chicha, antes de la tormenta. Pero nosotros te inventamos una nueva historia, porque habías olvidado que estuvimos en tu regazo tantas horas. 
No querías comer, y concebías nuevas formas para todas las líneas del techo, las lámparas, las paredes, los desagües y la luna. 
Te alimentamos con ungüentos similares al calostro, para que absorbieras la magia del amamantamiento. Te ungimos con leche de almendras, o algo así, como a un rey. El rey no ha muerto, el rey ha vuelto. 
Una tarde nos contaste que habías visto a tu padre. Nos miramos temiendo que hubieras perdido el juicio, pero ahora pienso que ese fue el momento en que este poema se me tornó en crónica. Tu padre te había hablado, en medio de una mancha de ovejas. 
A partir de ahí todo se volvieron ovejas. La mucha lana que guardas dentro sigue convirtiéndose en hilo, en un hilo cada vez más largo que yo almaceno para tejer algún día. Tejer algo que no me atrevo a mencionar.
 
Renaciste jovial pero aterido, dichoso pero desvaído, henchido y doloroso.


Tu hermano había matado un cerdo de una pedrada y ese día, esa semana, ese mes, habíais comido cerdo. 
 
La princesa de los ojos tristes dormía menos que yo.

Ya no estabas muerto. O no mucho. 

Y al fin me fui. Pero me fui cuando estabas vivo. Cuando me fui estabas vivo.  

No sabes cuántas horas paso pensando en todo lo que no recuerdas. 

Después te entraron los terrores nocturnos. El miedo a la muerte. Porque siempre te has agarrado a la vida abriendo el corazón de par en par. Un corazón cansado, un corazón abierto.  
No sabes cuánto duele estar lejos de ese corazón, aun sabiendo que es hercúleo, el corazón más que el brazo, más que la envergadura de patriarca (que ostentas). Es hercúleo y por eso desde el otro lado del mundo, todavía siento su abrazo. 
Quiero que sepas que las migajas que dejé cuando estabas muerto, son mi camino de baldosas amarillas hacia la tierra que nos vio nacer.

domingo, 14 de octubre de 2012

La reina del kitsch


Tú quieres convertirme en la reina del kitsch,
Y abrir puertas y ventanas para mí,
Comprarme cien abalorios y una cajita de marfil,
Un sombrerito de tul, de viuda negra,
Un alhelí,
Prendido en la solapa de mi traje de tweed,
Y algún vestido pin-up para acompañarte al fútbol,
Gritar con algarabía con los labios carmesí,
Comprarme cuatro pares de tacones,
Y unas medias de leopardo. 

Eres un hombre de alquitrán que sueña con la reina del camp,
Atarme con cinturones, de muñecas y tobillos,
Para amarme tan despacio, hasta por los descosidos,
Liberarme y fingir que eres mi salvador
Regalarme sombra de ojos para cubrir mis ojeras.
Que de la oreja me pendan alhajas llenas de esquirlas,
Que caigan entre mis pechos lágrimas de oro candente,
Que entre mis dedos se aprieten anillos adamantinos,
Que constriñas mis muñecas con falso ámbar y corales,
Y que corones mi ombligo con cadenitas de mimbre. 

Tu cara de betún se entierra entre mis muslos,
Siempre que me tienes adornada en tu regazo,
Y es de partículas de lumbre de lo que tengo hecha la entretela
Cuando me arrancas de la entraña contracciones,
Cuando me estiras los cabellos, demasía,
Cuando me quieres con los huesos de tu espina.  

Sabes cómo escoger las esmeraldas
Que han de tornar meñiques en reliquias,
Y sabes cómo encender rubíes
Que hierven en la palma de mi mano,
Me adhieres,
Me colocas,
Me comprimes,
Y enfilas mi garganta con tu anzuelo,
Lo bañas en oro de cien quilates,
Mas sigue siendo engaño, garfio y trampa. 

Tú sueñas con la reina del kitsch,
Y me quieres desnuda y enjoyada,
Como una maja atroz que se desmiga,
Como una exuberante odalisca,
Como una pelandusca excesiva,
Una puta de órdago y arena,
Como una meretriz ronca y vistosa. 

Y me dejas de pronto como una firefly
Y remontas el vuelo para buscarme perlas,
Pero no me lo dices, me extravías y me mermas.

martes, 4 de septiembre de 2012

Las Siete Plagas de Columbus


Miles de bugs de todos los colores,
Parduscos principalmente,
Me atenazan la garganta con sus antenas pútridas.
Me sobrevuelan como malvaviscos corrompidos,
Y el alud de insectos que no cesa
Está llenando el horror vacui de tenerte lejos,
De haberte perdido
Y de haber renunciado a la bilis de tus labios.
Horror vacui en mi sudario,
Vuelvo a los viejos ecos,
A las voces de tu boca que me advertían,
Atemporalmente o a todas horas de la desidia de nuestro amor.
Me calzo las espuelas todos los días,
Me coloco los tacones,
Voy al río, al monte, al llano,
Y se tuercen mis tobillos repetidamente ante la imagen nauseabunda de miles de babosas de colores que en su frenesí secretor no cesan de embadurnarme el paso con salivajos arco iris y un camino de espuma viscosa que me hace resbalar una y otra vez.
Nunca volveré a salir de mi guarida para escuchar a los grillos azules de Columbus
Que han sido engañados por el otoño excesivo de este año de tragedias,
Nunca dejaré de cobijarme de las tarántulas de mi cabeza que amenazan con salir de sus huevos anidados en mis carrillos.
Tengo tanto miedo.
Mi hígado nefrítico no se aviene a mesurar la pena que me trae de cabeza
Y que me hace escuchar canciones de noche al arrullo de este dolor intransferible, inamovible, impenetrable.
Y es de pronto Columbus un mundo de babosas, grillos, insectos palo que crujen, hormigas que revolotean, gusanos, orugas picosas y poisonous arácnidas que me comen desde adentro y que planean, cuchichean, aletean, sisean
En una lengua maripósida lo sola que me he quedado.
Nos abandonamos. Pero,
¿Qué otra cosa podíamos hacer?
Si ya estaba Columbus invadida de cemento en polvo,
La tormenta amenazaba, como siempre que el sol rabia y luego muere,
Era cuestión de tiempo quedar sepultados entre bloques de hormigón,
Y era lícito que las cucarachas sobrevivieran a la hecatombe de Columbus,
Que los bichos anidaran en las grietas naturales de ladrillos claustrofóbicos,
Y que se abrieran paso entre las rendijas de las calles para libar de mi sangre, mi savia, mi baba y mi flujo.
Me abandonaste a la furia de los insectos, sin escapulario, sin defensa, sin pellejo.
Habías dicho tantas cosas acerca de las hormigas que nunca creí que me dejarías en la marabunta.
Habías advertido mis dolores, mis miedos y mi infortunio de poeta y de puta,
Por eso pensé que me protegerías, pero en lugar de eso me dejaste perderme en la selva salada de miles de especies inmundas en los suelos y en los techos de Columbus.
Y no hiciste nada por remediar mi destino triste de ser ripped off por miles de criaturas esperpénticas, espeléticas, supercalifragilísticas y denigrodegradantes.
Sabías de mi miedo a las aceras de Columbus, y a las fisuras, los anaqueles, las repisas, las columnas, las barandas, las calles y carreteras, los balcones, las ventanas, los sillones y paredes y las puertas y las tablas, y los suelos y los techos, los rincones, las vitrinas, los armarios y los baños, los desagües, las cañadas, los grifos, las hendiduras, los alféizares y barras, las rendijas y oquedades
Donde viven sabandijas.

domingo, 29 de julio de 2012

Fear and Loathing in Columbus

Columbus me persigue desde el corazón de la ciudad,
Me hostiga y me importuna
Con los más cínicos avisos de cautela,
Columbus me ama y me protege.
Entonces, ¿por qué no corre a advertirme,
Presuroso, acalorado, diligente y exaltado,
De que vas a romperme el alma,
De que vas a beber mi sangre,
A desgarrar mis quijadas y a herirme entera sin pausa?
Porque sé que vas a abrir mi carne a dentelladas,
Vas a horadar la punta de mi lengua,
Vas a llenar de plasma mis orejas,
Volviendo para perforar mis dos pulmones,
Para acabar rompiéndome los huesos.
Y yo no haré nada por evitarlo,
Porque has entrado a fondo en mis dolores,
Has rescatado el pálpito inaudito
De que amarte me haya de dar tanta vida y tanta muerte
Que se me descalabre la osamenta en el intento.
Y mientras pulverizas mi esqueleto
Voy a mirar debajo de tus uñas,
¿Voy a encontrar raíces, tierra, esperma?
¿O es que hallaré barniz, ceniza y polvo?
Si no sé lo que piensas, en tu pecho,
¿Voy a desenterrar el nudo que te come desde adentro?
¿Voy a rascar la sarna que te consume entero?
¿O voy a revivir los rescoldos de tu entraña
Soplando delirante, extraviada y perturbada?
¿Voy a teñir de añil esos ojos aguaclara?
¿O a salpicar vinagre en las heridas de tu médula?
¿O a coronar de espinas tu frente almidonada?
¿O a desmontar las fresas de tus hígados dolientes,
Y a demoler el hierro de tu abatida esencia,
Para fundir en negro esta historia para siempre
O para abrir rincones que te piquen, prurito?
Con esa comezón que me quema en la carne,
¿Voy a poder lijar tu índole descarriada?
¿O voy a derramar la tarde en tus mejillas?
¿O a desatar el vino que te corre en las venas,
En un caudal que haga llorar a las comadres,
Un opulento chorro de temor y coraje,
Un manantial, un germen para tu áspero sosiego?
¿He de empezar tirando de tus vellos de oro
Por construir cadenas que te aten a la vida,
Y depurar rastrojos en tu pecho de hombre,
Intrépido y locuaz, acuciado y ungido?
Pues voy a preparar los ungüentos de antaño,
Y voy a desligar mi melena de diosa
Para que el escarmiento de tu voz sea a un tiempo
Mi alma y mi quimera,
Entelequia de savia,
Madera que se quema en la luz de la lumbre,
El ave que resurge en la noche de olvido
Y que me sobrevuela y que gime rapaz,
Y que aquí se me posa
¡Y más polvo de estrellas!
Porque la mariposa de ti se me rompe
Y se me caen sus alas de maravilla triste,
Porque tengo más terror de las arañas de Columbus
Cada vez que vislumbro el recelo en tu aliento.
Y Columbus me arrulla en las horas sin sol,
Y me trae tan despacio miles de mariposas,
Moscas, polillas, tábanos y fireflies,
Que me revolotean en el cutis y en el pubis
Como cien serpentinas de nombre inconcluso
Cuando te invoco a ciegas en medio del silencio,
Y te suplico a sordas que no acabes conmigo,
Y que quiero saber de qué tienes tú miedo,
Por mariposear en tus pómulos de viejo,
Por mudar en tu hálito el olor a congoja
Por hacer confesión de mi horrible paradoja,
Y desencadenar la tormenta más fuerte que ha pasado por Columbus,
Cuando tus ojos chicos se me figuran ascuas,
Cuando tu piel de azufre se me ha tornado en brasas,
Cuando no sé si debo esperarte despierta
O andar de ave nocturna por las tantas galaxias,
O recostar el llanto en esta sien eterna,
O morir de cirrosis y de amor en carne viva,
O descascarillar mi tez rosa y picada
Para que pueda entrar tu mirada de sol, en estos recovecos de umbrío desierto,
De yerma, inoculada y precisa agonía,
Cuando Columbus sangra mi oreja de penas
Y expía mi impaciencia con más horas de asfixia
Para dejar que llueva en mis días de funerales yanquis,
En mis jornadas mansas de bodas yanquis,
En mis elucubraciones de amantes yanquis.
¿Y voy a renunciar al maíz de tus labios
Si alguna vez querré que los sarmientos, las tripas,
El corazón, los filamentos, las larvas y las briznas
De tu cuerpo infame
Reverberen en las noches del Cuatro de Julio?

lunes, 28 de mayo de 2012

My sunglasses

I got a pair of new sunglasses
And now I see life in pink,
La vie en rose.
Sometimes.
Other times, if I look above,
I see clear:
You’re not here.
A poem goes on in my head while I read the landscape with my sunglasses,
In pink.
I’ll never get to ask you if you like them,
And if you finally quit smoking,
Cause I didn’t.
I stopped watching my weight so much,
But now I work out,
With my sunglasses on,
I wanna see through all the pain that you gave me,
I guess I wanna sweat it away
Like a virus.
It’s only a matter of time,
Before I forget you.
In the meantime,
I’m still afraid of spiders,
I still dream about you every night.
Sometimes you wear an armor,
And you carry magic swords to kill my spiders,
They’re climbing over me,
I get my sunglasses,
But they don’t turn pink.
If you ever wanna return home, let me know.
I’ll buy you a ticket straightaway,
Or I’ll get out of hell,
Here,
Just to reach you.
I’ll never get to show you my sunglasses,
I’ll never spy on you through my pink lenses,
And though my legs are driven by despair,
I’ll never walk back to your place to get you.

sábado, 5 de mayo de 2012

Lost

A veces te cantaba una copla mundana al oído,
O tarareaba por debajo las costuras
Que eras mi vida y mi muerte.


Nunca acabaste de verle la gracia a Rossetta’s Stone,
Parecía como si no creyeras que entender
Mi lengua materna
Mereciera un ápice de tu tiempo,
Aunque me soslayabas
Muchas veces
Con tu acento
Y me decías “gracias” y sabías lo que significaba.
Una vez dijiste que tenía ojos de mapache,
Y no era de haber llorado en tu regazo durante horas,
Era mi lápiz de khol, que a veces,
Se me queda enganchado en los dedos
Y traza las líneas más oscuras por donde hayan de esbozarse los caminos
Que cada uno siga hasta su sien particular.
Parece que los ojos se me hubieran llenado de surcos,
Como tanta cupletista cantando con voz de ajenjo,
Una de las coplas que escuchaba en la niñez.
Entonces me decías que mi voz era hermosa,
Cómo no haberte creído,
En los pantanos de tus palabras, donde la noche más  sombría se vuelve
Y se torna el día más luminoso, y las luces opacas de una carretera lonely
Se convierten en puntos que no doma la distancia.
Cómo no haber seguido de frente tus discursos,
Y haber intentado intercalarlos de españoles soniquetes,
Cuando tus besos me apartaban del mundo
Y aunque no comprendiera todas las letras de tu boca,
Sabía que bebías despacito de mis labios,
Y que escuchabas de veras las canciones de mi vida.
Me lo dijeron mil veces.
Yo sólo pretendía relatarte la forma en que los recodos de mis venas
Se extenuaban de tanto fragor
Cuando me querías,
Y era tan difícil conseguir las palabras
Para hacerte arder en mi locura primigenia,
Que empecé a revolver en demasiados cajones
Para perder por siempre la oportunidad de hablarte.
Y ya supe que siempre te perdería un poco
Y encontraría el dolor para fingir que te tengo,
Y abriría la boca para ahogar tantos gritos,
Y tantas melodías olvidadas en falsete.
Perdí el derecho a conjurarte en las noches,
Y a suplicar que te vuelvas conmigo,
Y a invocarte en las horas de asueto
Cuando el padecimiento me trepa las tripas,
Cuando en el barrizal de mis lapsos de angustia,
Sólo quiero exhortarte y no exorcizarte,
Para hechizar de nuevo tus ojos nacientes,
Porque sólo requiero que tú seas mi muerte.

lunes, 23 de abril de 2012

Mi mandrágora

Yo perdí una mañana a mi mandrágora,
Me la extrajeron de la carne con tenazas.

Era blanca, arrugada y tan acuosa
Que guardaron sus lágrimas amargas
En un frasco anticuado de ambrosía.

Me duraron unas cuantas semanas,
Y con ellas lavaba yo mi herida.

Aprendí que los tubérculos del alma,
A menudo se enraízan y prosperan,
En parásita y alumbrada primavera.

Me sacaron mi mandrágora fetiche,
Hecha de venas, tendones, carne, grasa y mugre,
Cavaron un hoyo profundo,
Tiraron,
Tiraron,
Tiraron,
Y su llanto ensordecedor demolió en masa a la tierra
Que me circundaba.

Mi mandrágora era blanca y tenía los párpados arrugados,
No había visto nunca la luz,
Salió despedida con el dolor de un parto,
Se desgajó de mi piel desprendiendo sólo unas gotas
De pus purpúrea,
Que se quedó para siempre bajo mis membranas.

Tú querías esa mandrágora para ti,
No mientas,
La querías para acompañarte antropomórficamente
En todas las veladas consumidas de tus cantos,
En esa soledad que ambicionabas,
En esas noches que ibas a pasar lejos de mí,
Que ya entonces lo sabías.

Habías ordenado extraer esa mandrágora como un rey despótico,
Disponiendo a tu antojo adónde debía posarse cada hilo de mi carne.
Me llevaste en comitiva traicionera,
A que me extrajeran el fragmento ignominioso
Fruto de una vida entera
De terror a la soledad.

Mi mandrágora está ahora descompuesta, desintegrada , disgregada,
Desbaratada, destruida, corrompida.
Mi mandrágora nunca llegará a la tierra de donde procedía.

domingo, 12 de febrero de 2012

You wanted to treat me right

Querrías llevar un casco para proteger tus emociones
Y así no derrochar más cráneo en las calzadas,
Y así aumentar tu masa encefálica
Y pintarla de otros tonos,
(No de gris)
Pues la materia grisácea se te vuelve a veces negra.

El quinto elemento de tu testa es alabastro,
Y tú querrías que el color no fuera blanco,
Y así acabar de un golpe con el martilleo de tus sienes,
Con el cocoteo de los picos y espolones,
Con esa lucha absurda, gallinácea y desmedida.

Quieres tratarme bien,
Y acaricias con tus manos el último reducto de mi piel mineral
Que aún no ha sufrido fustigado por la vara,
Y piensas remordido que es pequeño,
Lo ves como un retal mal ensartado,
Mal hilvanado,
Mal pespuntado,
Mal recortado,
Pero es que mi dermis toda está hecha de carrara,
Eso no lo tuviste en cuenta.
¿No te dije que mi esqueleto es de adamanto puro,
Alguna de esas noches peregrinas?
Pues soy calcárea,
Stone and bone,
Soy de caliza.
Soy de antracita y zirconita,
Soy de arenisca y de cuarcita y de granito.
Mis huesos son de piedra, oraculares,
En ellos ya te he escrito mil verdades.
You wanted to treat me right
And I believe you.
And you treated me so right
Que no me voy. Me quedo.
Para secarte la frente,
Para contar tus pastillas,
Ahuyentar tus pesadillas.

Tus ojos son tan oscuros como un sumidero por donde se escurren
Mi entretela de perra,
La cera de mis párpados,
Y la pus de mis heridas.

Because you make me suffer,
“you make me stutter,
Stunt driver,
Pizza scooper,
Tall buildings,
Stutter”.
In your own words, once.

lunes, 6 de febrero de 2012

Traumatic Brain Injury

Me dabas un poco de vida y un poco de muerte cada día,
Pero ¿cómo no haber amado tus ojos rasgados y oscuros como charcoal,
Que ríen de día y acuchillan de noche,
Matando y alimentando a las abubillas de tu cerebro?

The silent epidemic viene astutamente,
Like a thief in the night,
Como el Coco para comernos,
El temible Sandman para llenar de arena nuestros ojos colmados de sueño y sueños.
El Hombre del Saco secuestrando nuestras fantasías de vagar en libertad
En callejones.
El Bogeyman arañando los cristales por la noche,
Haciendo chirriar las uñas y congelando la sangre,
Tomando la forma de aquello que más te aterra:
El lóbulo frontal de tu cerebro.