sábado, 1 de febrero de 2014

Sí amo, pero humo (remasterizado)

...And who but my Lady Greensleeves…
Enrique VIII
I
Si nadie me ha enseñado a ensartarte los ojos,
Esos ojos redondos de niña sorprendida,
Con la gélida aguja de husos de ruecas viejas,
A lavarte la carita de cartón,
(Con jabón, con jabón)
Tan sembrada de luces y de polvo y de cisco.

O a retener tus manos que me buscan sin tino,
O a contar con los dedos tus vestidos de escamas,
O a correrme soñando que te tengo enlazada,
O a notar tus rodillas de agua cristalizada…
Cuando dan contra el techo
Y el suelo del infierno.

Cuando esgrimes por la noche
Tu entraña desgajá,
Y violentas la calma de mi ensimismamiento,
De mi ombliguismo opiáceo
Que te trae de cabeza.

Porque no te das cuenta de que yo me doy cuenta
De que estoy aprendiendo a curar tus locuras,
Y a cómo acariciarte
Los muñones de hiedra
Por los que alguna savia o veneno de oruga,
Ha extendido, entre el hierro
De tu sangre lechosa,
Una ristra de arena
Que entorpece tu herida,
Un reguero de sal
Que te escuece en la llaga,
Una red de burbujas
Que anega tus venas,
Un sopor de dolor en
Que sumes tus codos,
Un sartal de sardinas muriendo en la playa.

II
Deja que reconozca la polenta en tu bazo,
Deja que se macere el maíz en tu vientre
O el grano de este embrujo que te tengo extendido
Como una enredadera de azúcar diverso,
Porque soy lo que soy: un demonio perverso.

III
Llenarte de tristeza poscoital
Es una de mis máximas pericias,
No soy un hábil prócer en secretos,
No los conozco todos,
Ni lo anhelo.

Pero sé que fracaso en auscultarte el pecho,
Y en diagnosticar qué suerte de dolor blando y laxo
Te brota del tejido más interno.

Sé que soy como esa oruga, que te pica,
Soy un sucio gusarapo de molestias,
Y te como muy despacio por adentro
Y de adentro no me salgo aunque me expelas.

He podido comprobar de qué estás hecha,
Y no he querido más que castigarte
Porque te quiero de una forma extraña,
Y no sé si te quiero aunque me duelas.

IV

Pero sé que he fracasado en adorarte
Y en buscarte las cosquillas en la frente,
Y en contarte los lunares como estrellas
Y en barrer de sosa cáustica tus labios.

Sé que soy un fracaso en ponerte de hinojos,
Y en abrirte los ojos para que te des cuenta
De que yo me doy cuenta,
Y de que soy un fracaso.

V
Llenarte de tristeza poscoital
Es un inconveniente, demasiado,
Y siento que es un mórbido banquete
Comer lo que te sobra cuando lloras,
Sorber lo que ha quedado cuando imploras
Que ya no te haga daño ni te asuste.

Y eres como una niña, tan perdida,
Te quiero y no te quiero,
Y al robarte
El aliento
Cuando sufres tan de veras,
Me odio y quiero huir de madrugada,
Saltar por los caminos y perderme,
Saber que he de morir la noche entera
Por devolverme a ti a lágrima viva,
Por descubrir que soy un ser canalla,
Por pretender que puedo redimirme,
Por abrirte en canal esa quijada.

VI
Porque estoy aprendiendo a atrapar las esquirlas
De esta ternura rara
Con que salpicas mis ojos,
Con la que tú me atacas, velada, tus ojos,
Con la que me despojas, de todo, mis ojos,
Con la que me disparas, cubierta, tus ojos.
Con esa devoción que es tan muda, de cieno,
En donde nos hundimos, desnudos, de lodo,
Y con esa piedad de las santas de piedra,
Con la que en la bandeja los llevan, sus ojos,
Y muestran los apéndices de sus pechos rojos,
Y aguantan su espinazo y su costillar asado,
Y duermen la vigilia de su muerte violenta
Orando con sus ojos,
Callando con sus ojos,
Y dejando sus ojos
Macerarse en vinagre.

VII
Porque te has convertido en la Virgen con ojos,
Y me miras, me escrutas y escudriñas mis ojos,
Y me inquieres, me indagas y no cierras los ojos.

Ya no te quiero más, y nunca te he querido.
Sólo que me atraviesas con tus ojos de fango.

He podido comprobar de qué estás hecha
Y no he querido más que castigarte,
Porque te quiero de una forma rara,
Y no sé si te quiero aunque me duelas.



El Humus (remasterizado)

Que es el mismo maíz el que se pudre,
Que el que cubre tu pecho y tus cabellos,
Y profético anuncia maizales,
El que envuelve tus manos y tus codos,
Y reviste el hueco de tus rodillas,
Que funesto oracula las verdades
De la memoria corta que te oprime.

Panacea
De todas las hambres del mundo,
De las altas tierras verdes,
De la espiga del sur seco,
De ensambladuras recientes,
De tus armas, de tus dientes.

He creído encontrar el humus negro, que recubre el estaño de tus ojos.

He creído encontrar el humus negro y caliente
Con el que se reviste tu esqueleto,
Tu humus que ahúma los huesos por dentro.

No puedes esconder el humus marchito,
Porque una redención de cosecha infinita
Ha de surcar la tierra en tu yunque perenne
Y ha de hallar los maíces de tu hacienda selecta,
Y ha de reproducir sempiternas panochas
Para este maizal que me buscas inside.


De tu cuerpo de maíz,
De tus labios de marisma,
De tus dedazos de arcilla,

De mi entretela de perra,
De mi forro de lejía,
De mi firme escurridero,

No voy a hablarte esta noche.


Pero el humus de tus ojos no se marcha,
El humus de tu piel me empalidece,
El humus de tu boca corrompido,
El humus de tus labios emponzoña,
El humus de tus hoyos putrefacto,
El humus de tu cuerpo descompone.

El humus como un dios desintegrado,
Como un antiguo resto, vieja gloria.
Un ídolo de piedra un poco absurdo,
Arcaica la obsesión de aquellos cultos.

Un humus subsanado de fermentos.



miércoles, 4 de diciembre de 2013

País de cartulina y pandereta

Yo te buscaba a las claras del día,
Te acechaba de noche y eras,
Entonces,
No más que un trazo imberbe, emborronado.

Entonces eras arcilla inmodelable
Que se me escapaba, arcilla, de las manos.

Yo tenía un país de extrañas calles y de aceras
Esculpidas por el sol, y de señales
Que hacían que parara el mundo entero.

Yo tenía un país de cartulina donde te recortaba repetido.
En mi país de cera y de almidones
Me habías comprado anillos titilantes,
Para que me pesara el dedo
Y señalase en estaciones invernales.

Me habías ungido con espliego,
Así como siempre me dijeron que se unge a los reyes,
A las reinas y a las putas.
Me habías dormido en las rodillas
Como una media luna rezongona,
Me habías coronado reina mora
En una cofradía de sultanas.

Yo tenía un país de cartulina donde eras un recorte reiterado.

Me habías investido soberana
De tus brazos de papel y tinta china,
Y mermaba el color en mis mejillas,
Después de tanto abrazo y de tu aroma.
Habías aludido a los almendros,
Que querías recoger por mí las rosas,
Oh, qué virgo más grande, inmenso virgo,
Que forraba el país de los cerezos
En entelequia ilimitada o corta.

Me habías hecho meritoria
De narrar las memorias que te inventé,
La mitología que te escribí,
Para que no estuvieras tan solo,
Tan recortado,
Para que me encontraras al salir de tus fronteras de cartón.

Pero estabas despoblado,
No te habitaban los nudillos blancos de mis puños
Ni el cabello excesivo que me dejé crecer para tus dedos,
No te anidaban los labios que fruncía por estrechos,
Ni las manchas estelares de mi escote adamantino.
No te ocupaban mis ojos, 
Que se engarzaban en cobre.

Te modernicé paulatinamente,
Hasta que pasaste a convertirte
En papel maché con corazón de plomo.
Te conservé las dos piernas:
Nadie quiere a un hombre de hojalata cojo.

Yo tenía un país de cartulina donde eras un recorte redundante.

Te aproximé las cejas para que me miraras fijamente
Con el fervor de los santos medievales,
Con la certeza insana de que habría de esculpirte un día los ojos.

Me habías marcado el pecho con un hierro
¿De dónde lo sacaste?
Yo nunca llevé al país de cartulina plancha, acero o fragua,
Pero justo cuando me diste el latigazo empecé a creerme dios
Y a tejerte una samarra de convicto.
Me habías amenazado con quererme tantas veces…
Entonces jugué a insuflarte el alma en tu torso de alambrado,
Soplé y soplé,
Se estrellaron mil besos en el intento,
Sobre el cartón piedra del pavimento
En la línea recortable de tu cara.

Me habías requerido de palomas
Para mandar mensajes de dolor a mi osamenta,
Que aún guarda en mil tatuajes los oprobios que le hiciste,
Al fundírsele el latón de sus junturas.

Me habías escamondado de piojos,
Adorado y cercenado las pestañas,
Me habías tomado la calentura, el pulso,
Me comprabas atavíos de princesa,
Me habías cubierto en un sahumerio de saliva,
Me habías olisqueado como un perro.

Mientras tanto, en mi país de cartulina se preparaba una revolución.

Ya no te recortabas cada año según la moda de Hollywood,
Sino que te volvías
Más exacto,
Metronómico e insolente.
Más preciso,
Más hombre y menos brutal.
Me habías dicho siempre la verdad,
Ahora empezaste a mentir,
Como si la primera civilización de hombres recortables
Se me hubiera ido, flushed, down the toilet,
Se me hubiera escurrido, sideral,
En un universo que está hecho de aire y fuego.

Te rebelaste.

No se puede recortar el oxígeno que me han respirado en el cogote todos los niños de papel.

Te me escapas y me vuelves,
Para convertirme en tu reina del kitsch,
Para deleznarme como a la hortera del camp,
Para descubrirme que te reinventas y te marchas muy lejos de mí.

Yo te escudriño aún en cada postrimería.
Te aguardo de mañana y eres,
Ahora,
Arcilla y alma.

Yo tengo un país de insólitas travesías y plazuelas
Cinceladas por la luna, y de encrucijadas
Que hacen que se pare el mundo entero.
Yo tengo un país de cartulina donde te recorto una y otra vez.
Te recorto compulsivamente, y ya no sé cuántas
Siluetas blancas he coleccionado
En los veranos que dejara en Barcelona,
En los inviernos que atesoro de Columbus.







sábado, 31 de agosto de 2013

Noli me tangere

La reina del kitsch se ha embebecido demasiado
En los mirones espejos de su alma,
Y se ha dotado sin saberlo
De espada y lanza,
De cieno y lava,
Luz y mirajes.

¡Qué oscuras se le presentan
Las distintas bocas de la luna,
Cuando alquitrana sin parar sus pulmones excelsos!

Porque ella es la reina de kitsch
Y ha bastado sólo una palabra para sanarla,
Ha bastado su corona de rubíes
¡Ay! para adormecer la madrugada.
Porque en su mente se trasnochan las baladas
Que reproduce en los recodos de la cama,
Y es en un púlpito reina de corazones,
Ya no es amarga pues le endulzan los sazones
Que ha cultivado con el sol de la aceituna.

La reina del kitsch es intocable,
Es intangible, abrumadora y contenida,
Pues ha aprendido en las batallas del leopardo
A disfrazar de brasas una estrella,
Y renueva los espacios, dondequiera,
Reorganiza las esferas, cuando sea,
A copia de libar de las verdades
Que le han proporcionado años de espera.

Pero no te enamores de la reina del kitsch,
Pues es fiera su espada.
Pero no te enamores de la reina del kitsch,
Pues fecunda es su tierra.
Pero no te enamores
De la reina del kitsch,
Porque su savia es profusa.

No te enamores ¡ay! no te enamores
De la reina del kistch.

jueves, 25 de julio de 2013

Marca

Yo había saboreado sin pausa
Todos los rincones salados de tu cuerpo.

La ventana se recortaba como una esfera,
Como un espejo mágico,
Se había vuelto en tragaluz de contornos indecisos,
Indefinidos, pero indelebles.

Volver a la tierra, al agua,
Donde nací,
Había resultado como un épico traslado,
Un periplo que se hubo de prolongar,
Para que yo entendiera la urgencia de abrir la claraboya,
Espejito, espejito mágico…

Entonces tomé tinta y sangre
Y te escribí una carta.

El ojo que todo lo ve, los cien ojos,
Los abalorios mil,
Combinaciones, vestidos, sedas negras,
Terciopelos y bordados cromáticos,
Pañuelos ricos y velos de tul punteados,
Toda una comitiva de galas y prendas
Que imaginaba llevar frente a ti,
Frente al espejo.

Escribí sin pausa,
Acerca de la quietud,
De la  eremítica cadena de sombras que edificaba
Cuando pensaba en ti.

Te narré la calidez de las noches españolas,
El sahumerio de sustancias que me fumo,
Y el que anhelo,
Las caras, sonrisas y palabras
De tanta gente querida,
De los patriarcas, las matronas que me aman,
Que los amo,
La lucha por mantener el equilibrio alcanzado
Con tantos esfuerzos de mujer de vida alegre,
De pitonisa aprendida,
Y de mentora turbada.

La sangre y la tinta no osaban secarse
En el tintero,
Y era un frasco de veneno
Que se me tornaba en savia,
Para ver convertido todo mi dolor en espurnes
De un vívido azul o plateado,
Para ver cómo había pasado de la luna al sol
En una noche. 

La tinta y la sangre no fueron suficientes
Y sellé la carta con un retazo de piel en carne viva
Había decidido lacrar mi espalda con toda esta sabiduría
Que me ayudaste a acumular.

El dolor, la quemazón, la comezón
Fueron suficientes para purgar esta necesidad de viuda negra,
Que me ha asaltado al arrancar el verano de la serpiente.

Te conté y rememoré,
Te expliqué y te relaté

Las distintas caras que había visto en el espejo.

domingo, 30 de junio de 2013

Dos de Copas

Cuando se habían apagado las luces de la tierra
Y el ermitaño subía, despacio,
A la montaña,
Hicimos una mezcla de pociones
Extraña,
Maldiestra
Y solapada.

Nos entregamos, sin querer, a la sacerdotisa.
Habíamos hablado de venenos,
De alucinógenos hermosos que emponzoñan
Las venas y el martirio de los labios
Morados.
Habíamos tenido frío juntos
Y restallado con el viento de Columbus,
Que azota como mil espadas crueles.

Habíamos estado confundiendo
Nuestra ebriedad con el dolor del alma,
No habíamos visto la avidez de las serpientes  
Condenadas por los hábitos sociales,
Por tantas leyes de patriarcas exhumados
Que han sido momias antes que santos varones.

Lo habíamos estado ignorando todo,
Sin solventar la urgencia de culebras que reptaban
En la holandilla húmeda de nuestros vientres,
¡Tan ciegos!
Habíamos olvidado a los ancestros
Que hacen retumbar sus llamadas en oráculos
Insostenibles en la tierra,
Sólo llevados por el viento.
Habíamos estado tan ofuscados.

¡Qué ciegos! ¡Qué solos habíamos estado
Hasta que me encumbré a la cima
Y aullé a la luna sin tener en cuenta
Que ya estabas en camino!
Porque estabas todo el tiempo en lontananza,
Pero no,
Es que estabas en los huecos y costuras
Que no me habían revelado profecías
Que yo perseguía,
Puño y letra,
Para alcanzar las predicciones de mi almohada.

Pero habíamos ignorado las trompetas sordas,
Sordos.
Pero habíamos amado codo con codo,
Como un irrisorio plan del universo
Que madura muy despacio…

Un caballero de levita y chistera que vende seguros de vida
Ha venido a verme.
Había inadvertido tantas veces lo mucho que te quería
Cuando ese hidalgo me intentaba encandilar
Con promesas de riqueza y de solvencia,
Con el látigo de un emperador despótico.

Pero aquella noche afluyeron toda clase de fuegos fatuos
Que iluminaron la tierra
(Cuya luz se había ido amortiguando despacio)
Y resplandecieron los incólumes vestidos de tu aliento,
Despojándose del índigo
Que habías extendido a lo largo y ancho de mi ombligo.

Habíamos salvaguardado de fireworks el cielo,
Bajo tanta ceguera incontenida,
Sin contemplar dragones
Que volaban
Y astracanes balando en un silencio incomprendido.

¿Por qué no me dijiste que yo había contenido
La beldad de una ocarina?
¿Por qué no me marcaste el camino
Con migas y trizas de chocolate?
¿Por qué huiste de mi risa,
Encrucijando
Todas las tibias savias de mi pecho?

Habíamos optado por desconocer
Las más recónditas torturas de la carne,
La urgencia de los besos ilegales
Y el fustigar de nuestros dedos enlazados.
Entonces, ¡qué torpes! ¡qué ilusos! ¡qué iletrados!
Y qué beodos, tan borrachos e incapaces,
Tan necios, inexpertos y negados.

¿Cómo aprender a andar por los caminos,
Si antorchas que parecen inflamadas
Son arañas que en los ojos tejen, tejen
Y enmarañan las pestañas de telillas
Y hacen arder,
En los resquicios de conventos,
Lo que quedaba del amor profano?

viernes, 22 de febrero de 2013

Insomnolumbus


Columbus es un muladar de sueños en este capítulo insomne.
Que insemine la cama donde he de dormir
No me importa demasiado,
As long as
Tenga un poco de dolor a mano.

Se retrae despacio la lengua de lobo en que me abismo,
Tan despacio que no lo noto.

Cuatrocientos insectos sobrevuelan el suelo,
El techo está inundado de arañas patudas,
Daddy longlegs is coming for me,
And I’ve nowhere to hide.
Soñé que las arañas corrían hacia mí.
Salían de sus huevos en el hueco que se abre
Entre el techo y la pared.
Un ángulo muerto donde no llega el sueño.
Insomnolumbus te atrapa si tienes miedo a las arañas.

Pero me dijeron que las arañas se asoman a tu ventana si no duermes.
Me dijeron que los reyes no llegan a tu casa si no duermes.
Me dijeron que los amores no llegan a tu alma si no duermes.
Me decían piensa en blanco, piensa en blanco.
Y a veces me cogía la noche en sus zarpas de arrobo,
Y me pasaba las turbias, las claras en vela.
Y me atrancaba a la puerta de una ciudad insomne,
Que no lo sabía entonces,
Pero que era Insomnolumbus.

Intenté pensar en blanco amordazando a la espera.
Pero no funciona así, padre.
Tú más que nadie sabes que cuando me dices algo, basta.
Basta para que lo desee
Basta para que lo anhele
Para que se congele mi tiempo, esperando,
Y la espera se me vuelva velada de muertos.

Y la alcoba se torna oscura y oscura,
Y no se tiñe blanca sino negra de búho,
Y la alondra no llega, y no llega Romeo.

Sólo viene la araña, molestando a la mosca,
Ella en su moradita sola,
Como cantabas,
Ahora sí que suspira y llora.

Columbus es un sumidero de sueños en este concilio insomne.
Que fecunde la cama donde he de yacer
No me importa demasiado,
As long as
Tenga un poco de terror a mano.

Se retira despacio la boca de lobo en que me precipito,
Tan despacio que no lo siento.

Ochocientos parásitos atraviesan el mundo,
El suelo está anegado de arañas patudas,
Daddy longlegs is coming for me,
And I’ve nowhere to hide.
Soñé que las arañas desfilaban hacia mí.
Salían de sus huevos en el orificio que se agrieta
Entre bóveda y tabique.
Un recodo exangüe donde no llega el sueño.
Insomnolumbus te apresa si te turban las arañas.

Pero me advirtieron que las arañas aparecen en tu claraboya si no duermes.
Me advirtieron que papá noel no vienen a tu hogar si no duermes.
Me advirtieron que los amores no vienen a tu hígado si no duermes.
Me advertían piensa en blanco, piensa en blanco.
Y a veces me aferraba la noche en sus garras de hechizo,
Y me pasaba las vigilias, las mañanas despierta.
Y me apostaba a la entrada de una ciudad insomne,
Que entonces no conocía,
Y que era Insomnolumbus.

Traté de pensar en blanco reprimiendo la esperanza.
Pero no funciona así, padre.
Tú más que nadie sabes que cuando me adviertes algo, basta.
Basta para que lo aguarde
Basta para que lo ansíe
Para que se coagule mi tiempo, aguardando,
Y esperanza se vuelva en velada de muertos.

Y la estancia se torna oscura y oscura,
Y no se pinta blanca, mas de negra lechuza,
Y la alondra no llega, y no llega Romeo.

Sólo viene la araña, y hace mal a la mosca,
Ella en su moradita sola,
Como entonabas,
Ahora sí que suspira y llora.

Insomnolumbus es un vertedero de sueños en este episodio insomne.
Que me ensucie la cama donde he de dormir
No me atañe demasiado,
As long as
Tenga un poco de calor a mano.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Septiembre de 2011

A mi abuelo

Te disolvías despacio

En ciénagas de sangre que no podíamos desaguar
Comías poco y sangrabas la vida entera,
Palidecías como un cirio tierno,
Blando,
Trémulo.
 
Nadie puede contar las noches que la princesa de ojos tristes pasó junto a tu cama.
Sólo ella.
Y tú.
Ella descoloraba y tú te mermabas de a poco,
Chapaleando quedito en la oscuridad.
Cuántas noches en vela descolocándote el corazón. 

Aquella mañana te estabas apagando de luna,
Te habían dejado conmigo, a mi merced,
A la merced del tráfico de las parcas.
Respirabas lento, supino,
Horadaba el oxígeno tu pecho.

De pronto, tus ojos blanquearon,
Tu garganta se secó
(¡yo te había dado agua!).

Estabas muerto.

Yo no sé qué imágenes veías o a qué suplicabas por dentro,
Cuando salí corriendo con las manos anudadas,
La boca demudada y palpitando y grité tan fuerte que tu muerte me brotó de los labios.

Entonces tú no recuerdas nada y yo no puedo olvidar el metal,
El arrullo de los cables, el tránsito de cristales en mis pulmones,
El latón encorsetante, el silbido de los  hierros y el dolor de mis mejillas. 

Salí al pasillo, repudiada, abandonada en un túnel aséptico.
Esa mujer me recogió las rodillas. La gente extraña me lee la cara a veces,
Como cuando pensaron que había perdido el amor.
Y ella lo hizo.
Me dijo que no iba a pasar nada, que tuviera consuelo, que albergara esperanza.
Me desanudé las manos, tragué el dragón purulento, me abotoné las heridas
Y llamé.

Los timbrazos al otro lado se encadenaban en mi tímpano
Y por fin dije que no pasaba nada.
Que no pasaba nada pero que vinieran. Todos. Sí. Venid todos.  

A ti te sacaron en camilla, ¿sabes?

Estabas muerto. 

Cuántas semillas o migas de pan no lancé al suelo para recordar el camino,
Después de recoger lo que fuera de las perchas, la revista semanal, la botella, las gafas, la cuchilla, el desodorante, el crucigrama, la pastilla, el transistor
En una o dos bolsas de plástico. Como el hombre que cagaba en una bolsa de plástico. 
 
Había un hueco donde habías estado muerto, y ahí empezaron las migajas,
Una dirección de planta o un número, un ascensor frío, o tomé las escaleras
Y el calor de repente fue abrasador. Cien grados. La princesa corría hacía mí, o tal vez no,
Que noveleo y me pierdo y sólo recuerdo el collarín y la expresión desgarrada de tu hijo.
Y la aprensión de otro hijo perdido que no quiere verte muerto.  

Y luego estoy en un pasillo azul. Han llegado tus hermanos. No es mi culpa. 
El pasillo es azul y rompo a llorar por fin, cuánto me he aguantado, y se me casca la garganta y me chasquea la lengua y lloro de una forma tan grotesca que tal vez sólo estaba sollozando en realidad.
Se me acercan y me abrazan y es la otra única persona de toda la sala asfixiante y del pasillo azul que ha aprendido a llorar como yo. 

Nada más pasa, pero estás muerto.  

Llamo por teléfono a alguien lejano, de tus tierras del sur y urgen algunos viajes por tierra, mar y aire.
Hay gorgoteo de hermanos, y el mío se sienta callado y por fin, después de mucho tiempo, veo que se ha hecho un hombre.

Sigues muerto. 

Tu rosa yace pálida en medio del calor y su lloriqueo perpetuo rompe el aire y la telilla de todos los ojos. La abanico como si ese fuera el único aire que va a conocer ahora que te has muerto. 

Creo que al fin, cansados, entramos a verte acostado, como si estuvieras vivo. 

Un soniquete sordo sale de los aparatos, las luces, más cables, tengo una maraña de cables en la oreja que despuntan eléctricos para impedir que la sonda parezca tu cordón umbilical.  

Pero lo es. Pero estás muerto. 

Tus ojos celestes están cerrados, tienes los párpados tan translúcidos que temo no ver la pupila que desapareció cuando estabas a mi cargo. Ahora que la casa cruje sobre mí, vuelvo a sentir el miedo de perder tus pupilas. Esto debe ser el miedo a la vida, que empieza por el miedo a la muerte. 

Entonces apretamos tus dedos, que reposan muertos, helados, a ambos lados de la cama. Tu piel se ha marchitado desde esta mañana. Se te había ido parando el corazón a cada rato. Ahora un tubo inmenso te atraviesa la boca que no va a volver a sonreír. Tus labios son pardos y están secos.  

Ahora te has vuelto un muerto en la tierra. Nadie quiere salir de tu sepulcro. Nadie osa apartarse de tu lado. Y de pronto alguien se da cuenta de que es tu cumpleaños. Y lloramos en silencio. 

Me tengo que ir. Ahora no sé que, mucho más tarde, cuando hayas vuelto a la vida, me vas a explicar que tuviste un sueño en el que me acompañabas a América en un cohete espacial, pero yo era chiquita y tú tenías miedo de morirte, y los hombres con escafandras te aterrorizaban. Pero ahora no lo sé. Me tengo que ir y nadie puede arrancarme de esa sala maldita de cortinas impúdicas y botones frenéticos. 

Estás muerto. Pero tu pecho se infla con cada bocanada artificial. 

Tu rosa, la llevamos de aquí para allá y un día la aguanto en medio de un portal para que no se caiga, transida. Mi casa cruje y de nuevo siento terror cuando me acuerdo de cómo le temblaban las rodillas.  
Estamos arreglando papeles para cuando estés muerto. Nada más ocurre. Hay vecinas y hermanas en el columpio. No les llegan los pies al suelo. Tu mujer solloza y yo me siento sombría al calor del porche de verano, pensando en que me tengo que ir. Es inminente.
Algunos sentimos compasión por tu hijo, porque piensa que te vas a poner bien. Un doctor de bata blanca, claro, nos ha dicho que tu corazón es una cafetera, así tal cual. A mí me da por pensar que tu corazón se ha agrandado tanto, con el paso de los años, porque tienes a tanta gente metida ahí, y nadie quiere salirse. Él pacta con el diablo, corazón abierto, pecho en cruz, lo que sea. ¿Y si te despiertas? 

Estás muerto por tres días. 
 
Comienzas a desvelarte entonces.
No puedes hablar pero nos ves. No debes fatigarte.
Empiezas a balbucear y de pronto es como si un niño estuviese llegando al mundo. Solo que de nuevo. Este niño llega al mundo de nuevo.
Entonces siento la culpa de no haber creído en ti. De no haber creído que serías el hombre que vivió.  

Recuerdo que veías mosquitos y hasta que durante toda una tarde creímos ingenuos que habías recuperado la visión e inventamos contigo una mitología de la tragedia. Una mitología de la tragicomedia. Seguiste viendo mosquitos durante muchos días con sus muchas noches.
A los que te habían visto muerto les daba miedo esa cosmogonía del abuelo. Miedo de que fuera la calma chicha, antes de la tormenta. Pero nosotros te inventamos una nueva historia, porque habías olvidado que estuvimos en tu regazo tantas horas. 
No querías comer, y concebías nuevas formas para todas las líneas del techo, las lámparas, las paredes, los desagües y la luna. 
Te alimentamos con ungüentos similares al calostro, para que absorbieras la magia del amamantamiento. Te ungimos con leche de almendras, o algo así, como a un rey. El rey no ha muerto, el rey ha vuelto. 
Una tarde nos contaste que habías visto a tu padre. Nos miramos temiendo que hubieras perdido el juicio, pero ahora pienso que ese fue el momento en que este poema se me tornó en crónica. Tu padre te había hablado, en medio de una mancha de ovejas. 
A partir de ahí todo se volvieron ovejas. La mucha lana que guardas dentro sigue convirtiéndose en hilo, en un hilo cada vez más largo que yo almaceno para tejer algún día. Tejer algo que no me atrevo a mencionar.
 
Renaciste jovial pero aterido, dichoso pero desvaído, henchido y doloroso.


Tu hermano había matado un cerdo de una pedrada y ese día, esa semana, ese mes, habíais comido cerdo. 
 
La princesa de los ojos tristes dormía menos que yo.

Ya no estabas muerto. O no mucho. 

Y al fin me fui. Pero me fui cuando estabas vivo. Cuando me fui estabas vivo.  

No sabes cuántas horas paso pensando en todo lo que no recuerdas. 

Después te entraron los terrores nocturnos. El miedo a la muerte. Porque siempre te has agarrado a la vida abriendo el corazón de par en par. Un corazón cansado, un corazón abierto.  
No sabes cuánto duele estar lejos de ese corazón, aun sabiendo que es hercúleo, el corazón más que el brazo, más que la envergadura de patriarca (que ostentas). Es hercúleo y por eso desde el otro lado del mundo, todavía siento su abrazo. 
Quiero que sepas que las migajas que dejé cuando estabas muerto, son mi camino de baldosas amarillas hacia la tierra que nos vio nacer.