
Os voy a narrar mis encuentros y desencuentros en un sitio pijo de Barna. No estoy acostumbrada, oye. Llamadme barriobajera, pero yo me definiría más como una chica maja, sencilla y llevadera, amante de la rima consonante.
Estoy con unas amigas en la fiesta de cumpleaños de una y acabamos en la sala de baile del sitio en cuestión. Bailamos como las locas, parece que no nos hayan sacado de casa en un mes. Pero qué le vamos a hacer, si somos provincianas ya hechas a la lifestyle barcelonesa. Me pongo a sudar como las berracas y de inmediato pongo en práctica mi truco namber guan de belleza improvisada en discotecas y locales de alterne varios. Me dirijo al baño con Martita y, ni corta ni perezosa agarro el pitorro (continuad leyendo antes de pensar mal, por favor) del secador de manos, lo giro hacia arriba de forma que queda enchufado hacia mi flequillo y aprieto con fuerza el botón de encendido. Mi sudorcillo se empieza a secar y, de nuevo, mi pelo está estupendo, por unos minutos al menos. Os cuento, el baño de este lugar es, como le dije a Martita cuando fuimos a mear, un baño para follar. Está pintado de negro, super oscuro y con focos morados y azules. Vamos a ver, en este baño no se puede mear ni realizar cualquier otro tipo de actividad higiénica con practicidad ni facilidad alguna. Se nota que estamos en la parte alta de Barna, me digo. Un baño con mucho estilo pero que es un coñazo, vamos. Pero eso forma parte de la primera visita al lavabo. En mi segunda visita, la estrictamente dedicada al cuidado de mi peinado y la que os estaba relatando, yo me hallaba inmersa en un éxtasis de aire cálido, envuelta en el suave sonido ensordecedor del potente secador de manos, con los ojos cerrados contra el viento, al más puro estilo Paulina Rubio en sus sesiones de fotos, cuando se abre la puerta y, en tropel desordenado y ruidoso entran una marabunta de hormigueantes pijas. Oigo, porque tengo los ojos cerrados, os recuerdo.
Se acaba el rato del secador. Por el espejo veo cómo una de las pijas (pelo largo, escaladito, liso, moreno, cara de palo, alta, flaca, vamos como todas) me mira escandalizada, como si pensara que yo, por meter mi cabeza (de peinado menos convencional que el de ellas seguro, aunque se haya calificado a mi melena de nada menos que “burguesa”) bajo el ruido atronador del secador de un váter público (nótese el bajón de categoría que ha sufrido el recinto de repente), con el lápiz de khol corrido, el outfit de semigótica decimonónica que llevo y mi cara de verdulera del tres al cuarto, fuera (‘neng’) menos persona que ella. Estas pijas. Giro el cuello, la puerta me queda ahora a la derecha a punto para salir escopeteada de allí, y ladeo la cabeza ligeramente hacia la pija que se ha sobresaltado al verme toda puesta en el tuneo de mi look, esa pija que ha puesto cara de ohmygodwarningwarningoseamiradlato-dasloquehaceestatipa. Es una petarda y lo sé. Y ella, en el fondo, también sabe que es una petardaca. La miro, pues, con cierto desprecio y aire de superioridad infundado, fundamentalmente, por la entera certeza de que yo, si bien no tendré más clase ni más glamour, sí que soy más apañada que ella de aquí a Lima. No me hace falta agarrarme de los pelos con ella, ni siquiera me hace falta preguntarle si desea darse de piños conmigo afuera (mmm, me parece que para volver a entrar hay lista VIP y, seriously, I don’t think I could make it again, que he entrado by the face), como tampoco pienso abrir la boca ni mirarla echando atrás la cabeza. Con esa mirada de minisoslayo ella ya sabe lo que hay. Me voy del baño, no lo aguanto más. That bunch of posh bitches is really pissing me off, coño. Es que lo que tiene subir a las altas esferas es que se te pega el gilipolleo internashonal este. Otra de las cosas es que te das cuenta de que la mierda es mierda en todos lados y de que los meódromos apestan a meados igual, sean las pijas quienes cambien el agua a las olivas o shake their lettuces como si es la virgen santa. Me fui del lavabo y Martita vino al cabo de media hora diciendo, toda borrachuna, que se había desgañitado gritando mi nombre en los lavabos, pensando que aún estaba yo dentro de alguna de esas cabinas mortuorias de iluminación folladora, y que, claro, las pijas la habían mirado mal. Le expliqué lo acecido y se murió de la risa.
¡Ja! Barrioaltaneras a mí.