Cuando se
habían apagado las luces de la tierra
Y el
ermitaño subía, despacio,
A la
montaña,
Hicimos
una mezcla de pociones
Extraña,
Maldiestra
Y solapada.
Nos entregamos,
sin querer, a la sacerdotisa.
Habíamos
hablado de venenos,
De alucinógenos
hermosos que emponzoñan
Las venas
y el martirio de los labios
Morados.
Habíamos
tenido frío juntos
Y restallado
con el viento de Columbus,
Que azota
como mil espadas crueles.
Habíamos
estado confundiendo
Nuestra
ebriedad con el dolor del alma,
No habíamos
visto la avidez de las serpientes
Condenadas
por los hábitos sociales,
Por tantas
leyes de patriarcas exhumados
Que han
sido momias antes que santos varones.
Lo habíamos
estado ignorando todo,
Sin solventar
la urgencia de culebras que reptaban
En la holandilla
húmeda de nuestros vientres,
¡Tan
ciegos!
Habíamos
olvidado a los ancestros
Que hacen
retumbar sus llamadas en oráculos
Insostenibles
en la tierra,
Sólo llevados
por el viento.
Habíamos
estado tan ofuscados.
¡Qué
ciegos! ¡Qué solos habíamos estado
Hasta que
me encumbré a la cima
Y aullé
a la luna sin tener en cuenta
Que ya
estabas en camino!
Porque estabas
todo el tiempo en lontananza,
Pero no,
Es que
estabas en los huecos y costuras
Que no
me habían revelado profecías
Que yo
perseguía,
Puño y
letra,
Para alcanzar
las predicciones de mi almohada.
Pero habíamos
ignorado las trompetas sordas,
Sordos.
Pero habíamos
amado codo con codo,
Como un
irrisorio plan del universo
Que madura
muy despacio…
Un caballero
de levita y chistera que vende seguros de vida
Ha venido
a verme.
Había inadvertido
tantas veces lo mucho que te quería
Cuando ese
hidalgo me intentaba encandilar
Con promesas
de riqueza y de solvencia,
Con el
látigo de un emperador despótico.
Pero aquella
noche afluyeron toda clase de fuegos fatuos
Que iluminaron
la tierra
(Cuya luz
se había ido amortiguando despacio)
Y resplandecieron
los incólumes vestidos de tu aliento,
Despojándose
del índigo
Que habías
extendido a lo largo y ancho de mi ombligo.
Habíamos
salvaguardado de fireworks el cielo,
Bajo tanta
ceguera incontenida,
Sin contemplar
dragones
Que volaban
Y astracanes
balando en un silencio incomprendido.
¿Por
qué no me dijiste que yo había contenido
La beldad
de una ocarina?
¿Por
qué no me marcaste el camino
Con migas
y trizas de chocolate?
¿Por
qué huiste de mi risa,
Encrucijando
Todas las
tibias savias de mi pecho?
Habíamos
optado por desconocer
Las más
recónditas torturas de la carne,
La urgencia
de los besos ilegales
Y el fustigar
de nuestros dedos enlazados.
Entonces,
¡qué torpes! ¡qué ilusos! ¡qué iletrados!
Y qué
beodos, tan borrachos e incapaces,
Tan necios,
inexpertos y negados.
¿Cómo aprender
a andar por los caminos,
Si antorchas
que parecen inflamadas
Son arañas
que en los ojos tejen, tejen
Y enmarañan
las pestañas de telillas
Y hacen
arder,
En los
resquicios de conventos,
Lo que
quedaba del amor profano?
2 comentarios:
"Si antorchas que parecen inflamadas
Son arañas que en los ojos tejen, tejen"
como me gustan estos dos versos por el orden sintáctico y por esa repetición "tejen, tejen" y por esa imagen/comparación/metáfora/nomeacuerdo entre las antorchas y las arañas.
Ya que soy el crítico oficial de la vida y milagros de la obra de Mme Blavatsky (que en el futuro, cuando ya estés muerta e idolatrada, saldrá recopilada en un pack con la biografía de un tal David Rodríguez de Montalvo, cronista y periodista), inauguro el periodo mágico.
De la primera época quevedesca a la sentimental a la mágica.
El poemario que los recoja, en un guiño a la primera etapa choricera-quevedesca de sus inicios se titulará "Dos velas negras", y serán dos amantes convertidos en velas negras, descomponiénodose en oleadas de cera alquitranada.
¿Cuándo puedo pasar por caja a cobrar? XD
por dios, qué genial!
la etapa mágica... (guiño)
me alegro de que te guste, supongo que es otra etapa en plena "fructiferación"...
gracias, gracias, gracias
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