Yo te buscaba a las claras del día,
Te acechaba de noche y eras,
Entonces,
No más que un trazo imberbe, emborronado.
Entonces eras arcilla inmodelable
Que se me escapaba, arcilla, de las manos.
Yo tenía un país de extrañas calles y de aceras
Esculpidas por el sol, y de señales
Que hacían que parara el mundo entero.
Yo tenía un país de cartulina donde te recortaba
repetido.
En mi país de cera y de almidones
Me habías comprado anillos titilantes,
Para que me pesara el dedo
Y señalase en estaciones invernales.
Me habías ungido con espliego,
Así como siempre me dijeron que se unge a los reyes,
A las reinas y a las putas.
Me habías dormido en las rodillas
Como una media luna rezongona,
Me habías coronado reina mora
En una cofradía de sultanas.
Yo tenía un país de cartulina donde eras un recorte reiterado.
Me habías investido soberana
De tus brazos de papel y tinta china,
Y mermaba el color en mis mejillas,
Después de tanto abrazo y de tu aroma.
Habías aludido a los almendros,
Que querías recoger por mí las rosas,
Oh, qué virgo más grande, inmenso virgo,
Que forraba el país de los cerezos
En entelequia ilimitada o corta.
Me habías hecho meritoria
De narrar las memorias que te inventé,
La mitología que te escribí,
Para que no estuvieras tan solo,
Tan recortado,
Para que me encontraras al salir de tus fronteras de
cartón.
Pero estabas despoblado,
No te habitaban los nudillos blancos de mis puños
Ni el cabello excesivo que me dejé crecer para tus
dedos,
No te anidaban los labios que fruncía por estrechos,
Ni las manchas estelares de mi escote adamantino.
No te ocupaban mis ojos,
Que se engarzaban en cobre.
Te modernicé paulatinamente,
Hasta que pasaste a convertirte
En papel maché con corazón de plomo.
Te conservé las dos piernas:
Nadie quiere a un hombre de hojalata cojo.
Yo tenía un país de cartulina donde eras un recorte
redundante.
Te aproximé las cejas para que me miraras fijamente
Con el fervor de los santos medievales,
Con la certeza insana de que habría de esculpirte un
día los ojos.
Me habías marcado el pecho con un hierro
¿De dónde lo sacaste?
Yo nunca llevé al país de cartulina plancha, acero o
fragua,
Pero justo cuando me diste el latigazo empecé a
creerme dios
Y a tejerte una samarra de convicto.
Me habías amenazado con quererme tantas veces…
Entonces jugué a insuflarte el alma en tu torso de
alambrado,
Soplé y soplé,
Se estrellaron mil besos en el intento,
Sobre el cartón piedra del pavimento
En la línea recortable de tu cara.
Me habías requerido de palomas
Para mandar mensajes de dolor a mi osamenta,
Que aún guarda en mil tatuajes los oprobios que le
hiciste,
Al fundírsele el latón de sus junturas.
Me habías escamondado de piojos,
Adorado y cercenado las pestañas,
Me habías tomado la calentura, el pulso,
Me comprabas atavíos de princesa,
Me habías cubierto en un sahumerio de saliva,
Me habías olisqueado como un perro.
Mientras tanto, en mi país de cartulina se preparaba
una revolución.
Ya no te recortabas cada año según la moda de
Hollywood,
Sino que te volvías
Más exacto,
Metronómico e insolente.
Más preciso,
Más hombre y menos brutal.
Me habías dicho siempre la verdad,
Ahora empezaste a mentir,
Como si la primera civilización de hombres
recortables
Se me hubiera ido, flushed, down the toilet,
Se me hubiera escurrido, sideral,
En un universo que está hecho de aire y fuego.
Te rebelaste.
No se puede recortar el oxígeno que me han respirado
en el cogote todos los niños de papel.
Te me escapas y me vuelves,
Para convertirme en tu reina del kitsch,
Para deleznarme como a la hortera del camp,
Para descubrirme que te reinventas y te marchas muy
lejos de mí.
Yo te escudriño aún en cada postrimería.
Te aguardo de mañana y eres,
Ahora,
Arcilla y alma.
Yo tengo un país de insólitas travesías y plazuelas
Cinceladas por la luna, y de encrucijadas
Que hacen que se pare el mundo entero.
Yo tengo un país de cartulina donde te recorto una y
otra vez.
Te recorto compulsivamente, y ya no sé cuántas
Siluetas blancas he coleccionado
En los veranos que dejara en Barcelona,
En los inviernos que atesoro de Columbus.