jueves, 25 de julio de 2013

Marca

Yo había saboreado sin pausa
Todos los rincones salados de tu cuerpo.

La ventana se recortaba como una esfera,
Como un espejo mágico,
Se había vuelto en tragaluz de contornos indecisos,
Indefinidos, pero indelebles.

Volver a la tierra, al agua,
Donde nací,
Había resultado como un épico traslado,
Un periplo que se hubo de prolongar,
Para que yo entendiera la urgencia de abrir la claraboya,
Espejito, espejito mágico…

Entonces tomé tinta y sangre
Y te escribí una carta.

El ojo que todo lo ve, los cien ojos,
Los abalorios mil,
Combinaciones, vestidos, sedas negras,
Terciopelos y bordados cromáticos,
Pañuelos ricos y velos de tul punteados,
Toda una comitiva de galas y prendas
Que imaginaba llevar frente a ti,
Frente al espejo.

Escribí sin pausa,
Acerca de la quietud,
De la  eremítica cadena de sombras que edificaba
Cuando pensaba en ti.

Te narré la calidez de las noches españolas,
El sahumerio de sustancias que me fumo,
Y el que anhelo,
Las caras, sonrisas y palabras
De tanta gente querida,
De los patriarcas, las matronas que me aman,
Que los amo,
La lucha por mantener el equilibrio alcanzado
Con tantos esfuerzos de mujer de vida alegre,
De pitonisa aprendida,
Y de mentora turbada.

La sangre y la tinta no osaban secarse
En el tintero,
Y era un frasco de veneno
Que se me tornaba en savia,
Para ver convertido todo mi dolor en espurnes
De un vívido azul o plateado,
Para ver cómo había pasado de la luna al sol
En una noche. 

La tinta y la sangre no fueron suficientes
Y sellé la carta con un retazo de piel en carne viva
Había decidido lacrar mi espalda con toda esta sabiduría
Que me ayudaste a acumular.

El dolor, la quemazón, la comezón
Fueron suficientes para purgar esta necesidad de viuda negra,
Que me ha asaltado al arrancar el verano de la serpiente.

Te conté y rememoré,
Te expliqué y te relaté

Las distintas caras que había visto en el espejo.