martes, 4 de septiembre de 2012

Las Siete Plagas de Columbus


Miles de bugs de todos los colores,
Parduscos principalmente,
Me atenazan la garganta con sus antenas pútridas.
Me sobrevuelan como malvaviscos corrompidos,
Y el alud de insectos que no cesa
Está llenando el horror vacui de tenerte lejos,
De haberte perdido
Y de haber renunciado a la bilis de tus labios.
Horror vacui en mi sudario,
Vuelvo a los viejos ecos,
A las voces de tu boca que me advertían,
Atemporalmente o a todas horas de la desidia de nuestro amor.
Me calzo las espuelas todos los días,
Me coloco los tacones,
Voy al río, al monte, al llano,
Y se tuercen mis tobillos repetidamente ante la imagen nauseabunda de miles de babosas de colores que en su frenesí secretor no cesan de embadurnarme el paso con salivajos arco iris y un camino de espuma viscosa que me hace resbalar una y otra vez.
Nunca volveré a salir de mi guarida para escuchar a los grillos azules de Columbus
Que han sido engañados por el otoño excesivo de este año de tragedias,
Nunca dejaré de cobijarme de las tarántulas de mi cabeza que amenazan con salir de sus huevos anidados en mis carrillos.
Tengo tanto miedo.
Mi hígado nefrítico no se aviene a mesurar la pena que me trae de cabeza
Y que me hace escuchar canciones de noche al arrullo de este dolor intransferible, inamovible, impenetrable.
Y es de pronto Columbus un mundo de babosas, grillos, insectos palo que crujen, hormigas que revolotean, gusanos, orugas picosas y poisonous arácnidas que me comen desde adentro y que planean, cuchichean, aletean, sisean
En una lengua maripósida lo sola que me he quedado.
Nos abandonamos. Pero,
¿Qué otra cosa podíamos hacer?
Si ya estaba Columbus invadida de cemento en polvo,
La tormenta amenazaba, como siempre que el sol rabia y luego muere,
Era cuestión de tiempo quedar sepultados entre bloques de hormigón,
Y era lícito que las cucarachas sobrevivieran a la hecatombe de Columbus,
Que los bichos anidaran en las grietas naturales de ladrillos claustrofóbicos,
Y que se abrieran paso entre las rendijas de las calles para libar de mi sangre, mi savia, mi baba y mi flujo.
Me abandonaste a la furia de los insectos, sin escapulario, sin defensa, sin pellejo.
Habías dicho tantas cosas acerca de las hormigas que nunca creí que me dejarías en la marabunta.
Habías advertido mis dolores, mis miedos y mi infortunio de poeta y de puta,
Por eso pensé que me protegerías, pero en lugar de eso me dejaste perderme en la selva salada de miles de especies inmundas en los suelos y en los techos de Columbus.
Y no hiciste nada por remediar mi destino triste de ser ripped off por miles de criaturas esperpénticas, espeléticas, supercalifragilísticas y denigrodegradantes.
Sabías de mi miedo a las aceras de Columbus, y a las fisuras, los anaqueles, las repisas, las columnas, las barandas, las calles y carreteras, los balcones, las ventanas, los sillones y paredes y las puertas y las tablas, y los suelos y los techos, los rincones, las vitrinas, los armarios y los baños, los desagües, las cañadas, los grifos, las hendiduras, los alféizares y barras, las rendijas y oquedades
Donde viven sabandijas.