Parduscos
principalmente,
Me
atenazan la garganta con sus antenas pútridas.
Me
sobrevuelan como malvaviscos corrompidos,
Y
el alud de insectos que no cesa
Está
llenando el horror vacui de tenerte
lejos,
De
haberte perdido
Y
de haber renunciado a la bilis de tus labios.
Horror vacui
en mi sudario,
Vuelvo
a los viejos ecos,
A
las voces de tu boca que me advertían,
Atemporalmente
o a todas horas de la desidia de nuestro amor.
Me
calzo las espuelas todos los días,
Me
coloco los tacones,
Voy
al río, al monte, al llano,
Y
se tuercen mis tobillos repetidamente ante la imagen nauseabunda de miles de
babosas de colores que en su frenesí secretor no cesan de embadurnarme el paso
con salivajos arco iris y un camino de espuma viscosa que me hace resbalar una
y otra vez.
Nunca
volveré a salir de mi guarida para escuchar a los grillos azules de Columbus
Que
han sido engañados por el otoño excesivo de este año de tragedias,
Nunca
dejaré de cobijarme de las tarántulas de mi cabeza que amenazan con salir de
sus huevos anidados en mis carrillos.
Tengo
tanto miedo.
Mi
hígado nefrítico no se aviene a mesurar la pena que me trae de cabeza
Y
que me hace escuchar canciones de noche al arrullo de este dolor intransferible,
inamovible, impenetrable.
Y
es de pronto Columbus un mundo de babosas, grillos, insectos palo que crujen,
hormigas que revolotean, gusanos, orugas picosas y poisonous arácnidas que me comen desde adentro y que planean,
cuchichean, aletean, sisean
En
una lengua maripósida lo sola que me he quedado.
Nos
abandonamos. Pero,
¿Qué
otra cosa podíamos hacer?
Si
ya estaba Columbus invadida de cemento en polvo,
La
tormenta amenazaba, como siempre que el sol rabia y luego muere,
Era
cuestión de tiempo quedar sepultados entre bloques de hormigón,
Y
era lícito que las cucarachas sobrevivieran a la hecatombe de Columbus,
Que
los bichos anidaran en las grietas naturales de ladrillos claustrofóbicos,
Y
que se abrieran paso entre las rendijas de las calles para libar de mi sangre,
mi savia, mi baba y mi flujo.
Me
abandonaste a la furia de los insectos, sin escapulario, sin defensa, sin
pellejo.
Habías
dicho tantas cosas acerca de las hormigas que nunca creí que me dejarías en la
marabunta.
Habías
advertido mis dolores, mis miedos y mi infortunio de poeta y de puta,
Por
eso pensé que me protegerías, pero en lugar de eso me dejaste perderme en la
selva salada de miles de especies inmundas en los suelos y en los techos de
Columbus.
Y
no hiciste nada por remediar mi destino triste de ser ripped off por miles de criaturas esperpénticas, espeléticas,
supercalifragilísticas y denigrodegradantes.
Sabías
de mi miedo a las aceras de Columbus, y a las fisuras, los anaqueles, las
repisas, las columnas, las barandas, las calles y carreteras, los balcones, las
ventanas, los sillones y paredes y las puertas y las tablas, y los suelos y los
techos, los rincones, las vitrinas, los armarios y los baños, los desagües, las
cañadas, los grifos, las hendiduras, los alféizares y barras, las rendijas y
oquedades
Donde
viven sabandijas.