lunes, 23 de abril de 2012

Mi mandrágora

Yo perdí una mañana a mi mandrágora,
Me la extrajeron de la carne con tenazas.

Era blanca, arrugada y tan acuosa
Que guardaron sus lágrimas amargas
En un frasco anticuado de ambrosía.

Me duraron unas cuantas semanas,
Y con ellas lavaba yo mi herida.

Aprendí que los tubérculos del alma,
A menudo se enraízan y prosperan,
En parásita y alumbrada primavera.

Me sacaron mi mandrágora fetiche,
Hecha de venas, tendones, carne, grasa y mugre,
Cavaron un hoyo profundo,
Tiraron,
Tiraron,
Tiraron,
Y su llanto ensordecedor demolió en masa a la tierra
Que me circundaba.

Mi mandrágora era blanca y tenía los párpados arrugados,
No había visto nunca la luz,
Salió despedida con el dolor de un parto,
Se desgajó de mi piel desprendiendo sólo unas gotas
De pus purpúrea,
Que se quedó para siempre bajo mis membranas.

Tú querías esa mandrágora para ti,
No mientas,
La querías para acompañarte antropomórficamente
En todas las veladas consumidas de tus cantos,
En esa soledad que ambicionabas,
En esas noches que ibas a pasar lejos de mí,
Que ya entonces lo sabías.

Habías ordenado extraer esa mandrágora como un rey despótico,
Disponiendo a tu antojo adónde debía posarse cada hilo de mi carne.
Me llevaste en comitiva traicionera,
A que me extrajeran el fragmento ignominioso
Fruto de una vida entera
De terror a la soledad.

Mi mandrágora está ahora descompuesta, desintegrada , disgregada,
Desbaratada, destruida, corrompida.
Mi mandrágora nunca llegará a la tierra de donde procedía.