I
Es de flesh y hueso de lo que está hecha mi escarapela
Y se encuentra muy adentro,
Tan distintiva del alma,
Y cuando lidian mis huesos
Por repelarse en la muerte,
Los siento como tatuajes que se me hunden en la carne.
Todos estos armazones, que pensé yo de adamanto,
No son más que piedras angulares
(No que no sean importantes)
De mis ruinas y diretes,
Y en cada uno, oraculares,
Está grabado un verso de mi pecho,
Tinta invisible, tatuaje acerbo.
Si era impertérrito este litio de mis huesos,
Se ha vuelto en un marfil extravagante,
Y hacen de aquél variadas chucherías
Pues es mi cuerpo ya de comerciantes.
Si la osamenta que yo arrastro es transgredida,
Se va a poder leer lo que hay escrito,
Y oraculando las verdades ya se encuentra
Martirizada entre los posos de mi historia,
Sin encontrar de carne ni un hilillo,
Dejando al descubierto cuando muera,
Todos los mandamientos del memento.
Compuesto en dos mitades, ya soldado,
Mi hueso coronal lleno de espinas,
Trae escrito ya el lugar de mi mortaja
Y reza un “horror vacui en mi sudario”
En letras de sumerios, cuneiformes.
Mi tarso nunca fue tan vulnerable
Como el talón del miserable Aquiles,
Pero hay grabado a fuego lento,
Con tizones,
Todos los pasos que sobre tu tumba he dado,
Todas las millas que ya he recorrido
Pensando en escaparme de tus manos,
Y desasirme así del bronco de tus labios,
Que me quedó muy dentro, en los pulmones.
Y tan tallado está mi hueso sacro,
Por ser de plata y de diamante y de resina,
De tantos zarandeos de tu embate,
Mi coxis, hueso dulce, madrecielo de las danzas,
Desjarretao como los demoniacos,
Destartalado y tan innominado,
Como otro hueso móvil de pertrechos,
Porque es una trinchera tan medrosa
(Esta coyuntura mía de hembra amarga),
Y se quedó esculpido de tu empuje,
Porque es una bisagra condenada,
Es solo un gozne eterno y tan maldito,
Escarmentado de todo deleite
Un sedimento turbio de crudezas,
Un arsenal de versos derramados.
(Astrágalo, que rezas la desgracia de pisar sin reparar mi corazón sin respirar sin auscultar sin bombear lo que la aurícula
Ventricula y oracula.
Astrágalo, Astrágalo, Astrágalo.
Se repite como un dios, hasta el infinito).
II
En mi hueso occipital,
Las historias de mil cariátides tan putas (¡esternocleidomastoideo!),
Un occipucio (un prepucio),
La hagiografía de mi vida.
Santificados los nombres
De las parias consumidas
Por la lujuria del nombre,
Son tantas memorias tristes,
Por mor de una biblia en verso,
De un evangelio salaz,
Porque tanto sacrilegio me ha de llevar al olvido,
Pero rescata cantares de mi lúbrico lunismo
En huesos de nucas duras que oraculan ora guardan.
El hueso intermaxilar,
El del mordisco saturno
Cincelado de bocados,
De los que te di tan triste,
De los que te diera suave,
De los que me condenaste
A darte sin ton ni son
De los que me abandonaste
A merced de mordedores.
En él se pueden leer las inscripciones ebúrneas
De tantos dientes de cobre marcados en la quijada,
Grabados en la carnaza de un amante vulnerado con el que soñé despierta,
De un cariño adulterado con el que fue mi delirio.
Ya no escondo el tatuaje del primer beso que tuve,
Que ya han pasado los años y fue extirparle la lengua lo que me tiene con vida.
Y el día que yo me muera, será este hueso votivo,
Y penderá de los templos para castigo de aquellos que dejaron de morderse.
Mi hueso piramidal, tanto desentumecer
La soledad de mi almohada,
La entraña descompasada,
La respiración vertiginosa de mi escafandra asfixiante,
La congoja de estar sola
Y el anhelo de tus dientes;
Podrás leer los renglones tan torcidos de algún dios,
Para que no me sintiera sola,
Para que no me durmiera sola,
Para que no me marchara sola,
Para que no me corriera sola,
Para que no caminara sola,
Ni mirara tus ojos sola.
III
La enésima dinastía china se jugó el pellejo
Para escribir en los huesos de mi vida
La historia de un amor interpelado,
Y son, huesos oraculares,
Los que recorren la osamenta de cobre que anida dentro de mi piel,
Los que atraviesan y trasponen mis membranas,
Los que me parten en mitades y en medianas,
Como en este matadero que te conté,
Como el adamanto de tus huesos y mis huesos,
Como el maíz que flota en las concavidades de mis senos,
Como la canela excesiva de este mausoleo de tierra en que me hallo,
Donde he de combatir el eneldo que me acecha, resecado.
Los huesos oraculan mi miseria,
Oraculan todas las profecías que me he de creer,
Por que sean profecías,
Para que sean profecías,
Para que se convierta en profecía,
La metáfora que me brindaron,
De una estrella,
De una providencia,
De un hado,
De un arcano,
De un albur,
En que los huesos hayan de dar cansados pero llenos de enigmas,
De los secretos de la historia,
De todas las palabras que haya hilado,
O al menos de las piedras que he ablandado.
(“Ahora se ha vuelto blando como engrudo
Y aglutinado viscosea en mi esqueleto,
Y va secándose de nuevo como esponjas”).