martes, 5 de abril de 2011

El eneldo

Y son esas mujeres, retuertas y blancas,
Las que recocinean de muerte el pescado
Y hierven esos ojos de cristal viscoso,
Convierten el eneldo en polvillos de oro.

Y son las que embadurnan de tierna manteca
Todos los lupanares del amor que se muere,
Y son las ungidoras que con sangre en las manos,
Y despellejadoras de los pollos humanos,
Con ese ritual de gallina violácea,
Gritan oscuros cánticos
Del amor que se duerme,
Del perejil que crece
En los senderos, polvo,
Y del eneldo virgen te tejen las venas,
Y así entre los humores de gallos pedestres,
No saben si arrancarte el pescuezo a mordiscos,
O si untarte el gaznate con hollín y con cieno.

De todo lo que brota de la tierra almagrada,
Se ha vuelto el eneldo,
Sin sal,
Especia viciada y nauseabunda,
Que esta o aquella mujer gemebunda
Ha acaparado en toda su cocina.

Y es el eneldo inasible,
Es tanta muerte y tanto veneno
Que las mujeres dulces,
(De úteros turgentes)
No han sabido llenar su barriga de aceite,
No han sabido coger de sus tallos más verdes
Todo lo que el eneldo aún demora en su savia,
O la toxicidad de ponzoña sombría,
Narcótico furor de esta hierba detestable,
Abominable el hedor que se extendiere allende,
Y antipático el sabor que hace a la mujer tan bruja,
Bordando entre los claveles
Mil sábanas de burdeles,
Recuperando bebedizos
Para matar a las flores,
Por robar virginidades se haya inventado, el eneldo,
Y por hechicera, arpía, sáquese el ojo del sapo,
Y alíñese con eneldo.

Son esas mujeres negras,
Las que en sucios rituales
De gallinas y de sangre,
Eneldan las madrugadas y abandonan el maíz y lo vuelven todo en humus,
Porque el humus que fermenta,
Es el amor que, doliente,
Se acumula en sus gargantas,
Se materializa en cuerpos,
Se pudre bajo la tierra,
Y organiza los caminos,
Para lombrices eternas,
Para tenias milenarias,
Que devoran tantos menstruos
Que no hay bajo latifundios
Ni una gota del maíz que inunda todas las calles,
Cuando el hombre es luminoso,
Cuando el guisante amarillo da esperanza de ternura,
Y brota de las mazorcas todo lo que estaba muerto,
Todo el ungüento de madres,
Que velan a la verita
De alguna hostil fiebre brava,
Porque sus hijas calientes
Piden humus, linimento, bálsamo de sus terrores,
Y es el humus, no el eneldo, lo que las trae de cabeza,
Lo que supura en vigilia
En su entretela de perra.